Publicado en el periódico Actualidad de la Universidad de La Sabana. Feb. de 2010.
Cada profesión tiene sus bemoles y la comunicación no es la excepción. A los comunicadores se nos tilda de ligeros, frívolos o, en el peor de los casos, de chismosos irresponsables, y debemos cargar también con el peso de las acciones de algunos colegas que mal ejercen este hermoso oficio (algunos sin pisar nunca un aula universitaria). Esta amplia disciplina, la comunicación, no se limita, sin embargo, al periodismo. Hay una rama amplia y aún más incomprendida: la comunicación audiovisual.
Quien estudia la comunicación audiovisual y decide ser un analista del cine, se encuentra rápidamente con la mirada incrédula de muchos que no entienden como puede tomarse en serio algo que generalmente se acompaña de una buena compañía y un combo de crispetas con gaseosa.
Desde su inicio, Hollywood ha tomado al cine como un entretenimiento de masas y su amplia propagación y monopolio ha llevado a que esta concepción, más o menos se generalice en el mundo occidental. La importancia que hoy en día se da a los famosos premios Óscar es una prueba contundente de cómo la industria se premia a sí misma para aumentar las ventas y el prestigio de sus cintas en el mercado. Estos premios, que se entregarán el próximo 12 de marzo, son el principal criterio de muchos para elegir qué película ver en la cartelera de los centros comerciales, desconociendo que la elección de las películas no obedece siempre a criterios de calidad y a menudo tiene que ver mucho con el dinero invertido en la misma.
¿Analizar el cine? ¿Y por qué no disfrutarlo?
A quienes analizamos el cine se nos pregunta con frecuencia: ¿Por qué no se limitan a disfrutar las películas sin pensar tanto? Es importante aclarar, primero que todo, que por un lado va el gusto y por otro la calidad. Podríamos decir que las obras de Botero tienen una gran calidad artística, pero no nos gustan; así como podríamos admirar la técnica de una película como Avatar sin que necesariamente nos guste, o admitir con algo de rubor, que nos gusta mucho una película con escasos méritos cinematográficos.
Más allá del simple gusto, el análisis del cine posibilita el disfrute de hallar algunos elementos que permanecen ocultos a los ojos del gran público y que son como guiños inteligentes del realizador al espectador crítico y con fundamento. Nombres de personajes, símbolos recurrentes y asomos ideológicos suelen ser pistas deliciosas para quien, prescindiendo de enormes cantidades de comida, se sumerge en el placer de ver y entender de otra forma una película.
Goethe decía que hay quienes frente a una obra de arte enjuician sin disfrutar y quienes disfrutan sin enjuiciar. El cine es un arte que también puede disfrutarse enjuiciando (o interpretando) los muchos sentidos que puede tener. Por supuesto no se trata de que cualquier película resista un profundo análisis ni de quitar la diversión que el cine trae consigo, se trata de que esta diversión también nos deje algo, más allá del simple entretenimiento.
En mi último libro: «Cine: recetas y símbolos. Guía para entender el cine sin dejar de disfrutarlo», hago un llamado a los espectadores para que ‘descrispeticen’ el cine, para que ver una película alimente mucho más que las crispetas y que al salir de la sala, la película se convierta en una ventana para conocer o reconocer la realidad, más allá de la pantalla.
Publicado en el periódico Actualidad de la Universidad de La Sabana. Feb. de 2010.
Cada profesión tiene sus bemoles y la comunicación no es la excepción. A los comunicadores se nos tilda de ligeros, frívolos o, en el peor de los casos, de chismosos irresponsables, y debemos cargar también con el peso de las acciones de algunos colegas que mal ejercen este hermoso oficio (algunos sin pisar nunca un aula universitaria). Esta amplia disciplina, la comunicación, no se limita, sin embargo, al periodismo. Hay una rama amplia y aún más incomprendida: la comunicación audiovisual.
Quien estudia la comunicación audiovisual y decide ser un analista del cine, se encuentra rápidamente con la mirada incrédula de muchos que no entienden como puede tomarse en serio algo que generalmente se acompaña de una buena compañía y un combo de crispetas con gaseosa.
Desde su inicio, Hollywood ha tomado al cine como un entretenimiento de masas y su amplia propagación y monopolio ha llevado a que esta concepción, más o menos se generalice en el mundo occidental. La importancia que hoy en día se da a los famosos premios Óscar es una prueba contundente de cómo la industria se premia a sí misma para aumentar las ventas y el prestigio de sus cintas en el mercado. Estos premios, que se entregarán el próximo 12 de marzo, son el principal criterio de muchos para elegir qué película ver en la cartelera de los centros comerciales, desconociendo que la elección de las películas no obedece siempre a criterios de calidad y a menudo tiene que ver mucho con el dinero invertido en la misma.
¿Analizar el cine? ¿Y por qué no disfrutarlo?
A quienes analizamos el cine se nos pregunta con frecuencia: ¿Por qué no se limitan a disfrutar las películas sin pensar tanto? Es importante aclarar, primero que todo, que por un lado va el gusto y por otro la calidad. Podríamos decir que las obras de Botero tienen una gran calidad artística, pero no nos gustan; así como podríamos admirar la técnica de una película como Avatar sin que necesariamente nos guste, o admitir con algo de rubor, que nos gusta mucho una película con escasos méritos cinematográficos.
Más allá del simple gusto, el análisis del cine posibilita el disfrute de hallar algunos elementos que permanecen ocultos a los ojos del gran público y que son como guiños inteligentes del realizador al espectador crítico y con fundamento. Nombres de personajes, símbolos recurrentes y asomos ideológicos suelen ser pistas deliciosas para quien, prescindiendo de enormes cantidades de comida, se sumerge en el placer de ver y entender de otra forma una película.
Goethe decía que hay quienes frente a una obra de arte enjuician sin disfrutar y quienes disfrutan sin enjuiciar. El cine es un arte que también puede disfrutarse enjuiciando (o interpretando) los muchos sentidos que puede tener. Por supuesto no se trata de que cualquier película resista un profundo análisis ni de quitar la diversión que el cine trae consigo, se trata de que esta diversión también nos deje algo, más allá del simple entretenimiento.
En mi último libro: «Cine: recetas y símbolos. Guía para entender el cine sin dejar de disfrutarlo», hago un llamado a los espectadores para que ‘descrispeticen’ el cine, para que ver una película alimente mucho más que las crispetas y que al salir de la sala, la película se convierta en una ventana para conocer o reconocer la realidad, más allá de la pantalla.
Las películas que ha dirigido John Ford
gozan de buena temática