A finales del año pasado se desató una gran polémica que de nuevo tocó la vida de Roman Polanski, director de cine polaco, que ha padecido toda clase de señalamientos y tragedias personales. Desde el padecimiento de la segunda guerra mundial y el asesinato de su hermosa esposa Sharon Tate, a manos del temible Charles Manson hasta la más reciente acusación de violación a una menor de catorce años hace más de treinta años. Pero no es de la vida personal de Polanski de lo que me interesa hablar, si no de su obra, aunque como casi siempre ocurre, es muy difícil desligar la una de la otra.
A Roman Polasnki le ocurre lo mismo que a muchos directores europeos, sus films son etiquetados como muy comerciales por los europeos y como lentos por los norteamericanos. Lo interesante en este caso, es que todos tienen la razón, pues inclusive muchas de sus películas mezclan en sus historias ambos ingredientes.
Conocido en Colombia fundamentalmente por la aclamada y premiada El Pianista (The Pianist, 2008), Polanski ha desarrollado una carrera de más de cuarenta años con títulos tan memorables como Chinatown (Chinatown, 1974), El Bebé de Rosmery (Rosmery’s Baby, 1968), El Quimérico Inquilino (Le Locataire, 1976) y Lunas de Hiel (Bitter Moon, 1992).
Más allá de su controvertida vida personal, las películas de Roman Polanski son también una ventana a uno de los mundos más escabrosos y terroríficos que puedan existir: el de la mente humana y sus retorcidas posibilidades. A diferencia de otros autores, las películas de Polanski podrían verse como historias sencillas, sin aspavientos, que nos cuentan mucho más de lo que parece. Es difícil mantener la tensión cuando se cuenta una película sobre una pareja y un muchacho que navegan y se pierden en un pequeño bote de vela o sobre un inquilino que se la pasa encerrado en la habitación de una mujer que ha intentado suicidarse o de un pianista que, escondido, espera salvarse al final de la Segunda Guerra Mundial. Roman Polanski logra hacerlo, haciendo gala de un estilo cinematográfico clásico y en donde son más importantes las buenas historias que los trucos de cámara.
Aunque no es su film más famoso, una de las mejores historias es la de El Quimérico Inquilino de 1976. En esta película, Polanski es Trelkovski, un hombre solitario que se muda al apartamento de una joven que acaba de intentar suicidarse. En un giro interesante del guión, Trelkovski decide visitar a la moribunda mujer y empieza a involucrarse hasta sentir en carne propia la inestabilidad psicológica y emocional de un hecho traumático. Trevolski no es sólo un inquilino de apartamento, tampoco se siente cómodo consigo mismo, como si su cuerpo también fuera una morada ocasional.
La película no sería tan interesante si se tratara de un thriller convencional, pero esto no es posible en la filmografía de Polanski, que en una maniobra formidable nos permite ser los terceros jugadores de la mesa al sentir lo mismo que Trelkovski por medio de silencios interminables, tiempos muertos y angustia hasta terminar en un momento dramático y psicológicamente terrorífico que prolonga la película en los espectadores por horas, meses, días.
Sensaciones similares se experimentan en películas como Lunas de Hiel, El Pianista o Búsqueda Frenética; en las que por medio de una puesta en escena refinada y al mismo tiempo elemental, podemos sentir en carne propia el desamor, el miedo y la incertidumbre de los personajes protagónicos.
Es posible que a muchos les moleste Polasnki como persona, pero lo cierto es que a muchos nos molestan sus películas, pero no porque sean malas ni mucho menos, si no porque son un balcón a esa intimidad incómoda de sus personajes, que nos recuerda lo más oscuro de cada uno de nosotros mismos.
Una de las mejores películas de Polanski.