La imperfección de los días perfectos

Reseña de Perfect Days de Wim Wenders

No es posible hablar de Perfect Days, la película japonesa nominada a mejor película internacional de los Oscar 2024 sin hablar de Wim Wenders y de Tokio, la verdadera protagonista de la película. Primero que todo, es interesante que la candidata japonesa sea dirigida por un alemán y este año la categoría es curiosa porque tenemos una película española protagonizada por uruguayos, una inglesa con protagonista alemana, una italiana con equipo africano y ésta, una japonesa con director alemán. 

Wim Wenders, director de la película, perteneció al grupo denominado «joven cine alemán» que briló entre los 60s y 80s y al que pertenecieron directores como Rainer Fassbinder, Volker Schlondorff y Herner Herzog. Este movimiento hizo películas realmente memorables con un estilo visual y de realización cercano al documental, pero con una estética bien cuidada; y estas son características que bien definen el estilo de Wenders, quien se ha movido con facilidad entre el documental y la ficción. En sus películas aparecen líneas narrativas importantes como el descubrimiento de la belleza y la verdad en la vida cotidiana, que aparecen nuevamente en esta nueva cinta en la que un empleado de la limpieza de Tokio vive su vida mientras registra con una vieja cámara las luces y sombras de su ciudad. 

Wenders ya ha hecho importantes incursiones cinematográficas en varios países, caracterizándose por mantener la mirada de asombro del viajero con la simplicidad del lugareño. Gracias a su lente hemos visto de distinta forma el interior de los Estados Unidos (Paris, Texas), la música cubana (Buena vista social club), la belleza de las calles portuguesas (Una historia de Lisboa) y las imágenes captadas por el fotógrafo brasileño Sebastiao Salgado (La sal de la tierra) y el mismo Japón (Tokyo Ga) y entre otras. Ahora regresa a Japón para registrar la ciudad desde la humilde mirada de un enigmático hombre mayor que dedica sus días a limpiar los baños públicos de Tokio. 

Desde uno de los oficios menos apetecidos y el punto de vista de un hombre callado y solitario, Wenders se permite representar el cuidado minucioso y la ética de trabajo de la tradición japonesa, para la cuál todo trabajo es un ritual y debe hacerse con esmero. Hirayama, el protagonista de la película, es un hombre mayor que trabaja limpiando baños públicos y cuya vida se caracteriza por la pulcritud y la rutina: arregla sus plantas, se lava sus dientes, visita su restaurante favorito, se baña en el onsen público, visita el parque y se come un sandwich mientras contempla la naturaleza.

Semejante hombre gris puede hacer muy poca atractiva una película, pero Wenders sabe encontrar belleza en lo más profano y nos va llevando a abrazar a este buen hombre con un trabajo modesto desarrollado con gran dignidad, totalmente apegado a la era analógica, que busca la perfección en sus días imperfectos por medio del arte y la observación de la vida humana. Es por esto que se permite seguir un juego de cero y cruces con un remitente desconocido que deja un papel en el baño, sonríe a indigentes, solitarios y alucinados que reconoce de tanto verlos, presta dinero a su joven y descuidado compañero de trabajo y comparte música y libros con su entorno cercano. El protagonista es un hombre ordinario que no tiene nada fuera de lo común, pero también un hombre bueno y compasivo que disfruta su duro trabajo y lo hace excelentemente, acostumbrado a pasar desapercibido y a no recibir reconocimiento, como muchas personas que en nuestra sociedad son invisibles.

La vida de Hirayama es, pues, una excusa para representar a Tokio, la ciudad más poblada del mundo y una de las más impresionantes por su limpieza y civismo, pero también por la soledad de sus habitantes. Hirayama es un observador solitario que se conecta con las distintas generaciones: desde los viejos que se sorprenden por la evolución de la ciudad hasta los jóvenes que nunca han escuchado un cassette. Gracias a su amplia cultura, producto de un enigmático pasado que solo se insinúa, recorremos también algunos relatos literarios y una banda sonora muy rica, compuesta por música de los 60s y 70s que reproduce en viejas cintas que guarda como un tesoro.

La visión del personaje y del director (que ya tiene casi 80 años) hace una crítica velada a la juventud por su falta de rumbo y su poca ética de trabajo, pero también es compasiva al entender la poca atención que se les presta y el aislamiento en el que viven en la época más interconectada. Invita, no obstante, al diálogo intergeneracional desde el descubrimiento de aquellas cosas que pueden conectarlos como el arte (música y literatura). Tres personajes jóvenes pasan por la vida de Hirayama para representar el ímpetu y la irresponsabilidad, la falta de rumbo y la rebeldía; pero también la fascinación por el legado de las generaciones anteriores y el respeto que en el país se tributa a las personas mayores. Hirayami casi no habla, pero es sensible y, eventualmente, se permite una sonrisa o unas lágrimas para reaccionar a los pocos sobresaltos que alteran su vida rutinaria.

Perfect days es una película contemplativa, que invita a hacer una pausa en medio del frenesí de la vida actual, una película sin grandes giros ni sorpresas narrativas, una invitación a encontrar la belleza en la cotidianidad para entender, de una vez por todas, que la vida no es más que una suma de momentos ordinarios que, en su conjunto, están llenos de poesía.

Pd: En diciembre tuve el placer de conocer algunas ciudades japonesas y, por supuesto, quedé muy impactado por su magnífica capital. Comparto con ustedes el gigantesco letrero que promocionaba esta película en el famoso cruce de Shibuya .

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