Con la indignación que siempre me produce constatar que cada vez se alienta más las políticas del «todo vale» y «el fin justifica los medios», comparto con ustedes un texto que escribí en mi anterior blog sobre este fenómeno tan común en Colombia y en otros países.
EL VIVO VIVE DEL BOBO
Alguna vez escuché una ponencia de un grupo de investigación de la Universidadde Antioquia en la que se planteaba que un pueblo puede conocerse a través de sus refranes. Estoy de acuerdo con esta idea y si a esto vamos creo que hay unos cuantos que pueden resumir muy bien nuestra idiosincracia como colombianos. Es así como exorcizamos nuestros miedos diciendo que «perro que ladra no muerde», somos conformistas cuando afirmamos que «a caballo regalado no se le mira el diente»; vengativos: «el que ríe de último ríe mejor» y también emprendedores: «al mal tiempo, buena cara». Lamentablemente, no hay refrán que defina mejor aquella detestable condición de pasar por encima de los demás que tenemos los colombianos como el de «el vivo vive del bobo».
Para hablar de este refrán hay que decir, primero que todo, que el «vivo» no es otro que aquel que pasa por encima de la norma, que no hace filas, que no paga impuestos, que no estudia para los exámenes, que tiene amigos que le borran infracciones, que se queda con las vueltas, que estafa en los negocios, que saca comisiones, en resumen, que arregla todo a su conveniencia. Esto, en sí mismo censurable, lo es más al saber que siempre hay un «bobo» que paga las consecuencias.
El bobo es, por contraposición, aquella persona que hace todo como debe hacerse y que en nuestra cultura es visto como un ser rígido, sin carácter y fácilmente ridiculizable por no ser capaz de esquivar las normas. El bobo se reconoce por su falta de astucia (malicia indígena) que no lo lleva a pensar que cada una de las reglas tiene ya un camino fácil para romperla porque, volviendo a los refranes, «hecha la ley, hecha la trampa».
Buena parte del problema de nuestra convivencia surge de esta idea de la viveza y la bobada. Desde pequeños aprendemos la norma y rápidamente la manera como debemos romperla. En nuestra labor como padres, cometemos todos los días el error de mal-educar con el ejemplo (como lo hicieron alguna vez también nuestros padres) al infringir las pequeñas normas siempre con una sonrisa pícara que nos excusa porque «todo el mundo lo hace». Si queremos armar una gran fiesta, por ejemplo, somos tan vivos como para sacar los parlantes y cerrar el paso vehicular en nuestra calle y «de malas» los bobos que se aguantarán nuestra bulla.
Los semáforos en nuestro país son un componente simbólico y paisajístico que sólo nos envía alertas que podemos acatar o no, de ahí que nuestra costumbre más arraigada sea la de acelerar a fondo cuando éste se encuentra en amarillo. Hacer fila es una de las prácticas más aburridoras que hay en nuestra sociedad y esta sola consideración parece excusarnos de «colarnos» en ellas poco a poco y disimuladamente o de buscar algún amigo para que «nos guarde puesto» ignorando la protesta de todos los «bobos» que sí la hicieron como era debido; esto sin mencionar que ante una infracción de tránsito siempre hay alguien dispuesto a hacernos el favor de desaparecerla con la simple condición de que le demos «algo pa’l fresco», vivo él y vivos nosotros que le pagamos.
Bobo aquel que pague impuestos, si estos siempre son robados por los corruptos… vivo el que decida saltárselos y bobo el recaudador que no se los robe sabiendo que hay tanto vivo que sí lo hace. La práctica irregular se vuelve norma en una sociedad que premia la viveza y pasar por encima de los demás.
En este texto no hablo sólo de «los demás», porque cada uno de nosotros (yo, tú, él y, por supuesto, ellos) infringimos estas normas con una gran sonrisa y hasta con orgullo de lo hábiles que somos para entender que las leyes (aun las más simples) no son para nosotros.
Finalmente, es importante mencionar nuestra noción de un buen negocio. Es común escuchar a muchas personas que se jactan de haber hecho un muy buen negocio, comprando barato y vendiendo muy por encima del precio real de los productos:»imaginate que compré una moto chatarrizada, medio la arreglé, la pinté y la vendí por el triple, jajaja» y, por supuesto, todos celebramos la viveza del que acaba de engañar a otro «bobo» que posiblemente se accidentará algún día en una moto que compró en medio de una estafa. El día que pidamos la cabeza de todos los corruptos, tendremos que pensar si la nuestra no corre también algún peligro.
Confieso que, como la mayoría de los colombianos, soy un vivo. Algunas veces, lo confieso también, he sido tan bobo como para devolver el cambio de más que me dio la cajera de un supermercado o entregarle la billetera al señor al que se le acabó de caer sin darse cuenta o para aguantar una larga fila cuando podía hacerla en mucho menos tiempo o para estudiar para un examen del que muchos amigos tenían las respuestas. Es inevitable sentirse mal por hacer estas cosas en un país en el que lo común no es ser bobo si no hacerse el bobo, que es el mayor truco de los vivos.
Que tristesa y saber que en otros paises esas llamadas vivezas como robar, estafar, pasarse los semaforos en rojo etc, son delitos con cargos criminales. Y en este pais se de inculca a los hijos, que todo eso hay que hacerlo para no quedar como el ´bobo del paseo´ y estar siempre a la vanguardia. Que verguenza de costumbres.