Colombia no es una sola. A pesar de que todos sabemos que así es, es muy probable que la mayoría sólo hayamos conocido una: la Colombia del centro comercial, los partidos de fútbol, el reinado, los realities y las discotecas. El cine, como acto de representación, tiene la posibilidad de mostrarnos historias y lugares a los que no tenemos acceso y éste es uno de sus valores más importantes: El de ser una ventana para asomarnos al mundo.
El cine, de todas formas, es también un espejo en el que podemos vernos a nosotros mismos y, aunque muchos no lo quisieran, podemos ver allí nuestro mejor perfil pero también aquellos aspectos oscuros que quisiéramos ocultar.
Si hay algo positivo de los últimos años de nuestro cine es la oportunidad de avanzar hacia la consolidación de una industria (que podría verse fortalecida o no por las últimas leyes, dependiendo de su aplicación), la exploración de nuevos temas y la experimentación con nuevos géneros cinematográficos.
Aunque el público colombiano sigue escéptico con su cine, es cierto que no se puede hablar hoy tampoco de una sola Colombia cinematográfica. La Colombia de Dago García, difícilmente tiene que ver con la de Víctor Gaviria o la de Ciro Guerra.
Es necesario que se hagan películas para todos los gustos del público nacional (hasta que podamos trascender las fronteras) y por esto no denigro de las películas «populares» que con sus chistes fáciles y vulgaridad están en el top de la taquilla nacional. Aunque no merecerían todo el apoyo que muchas veces tienen en detrimento de buenos títulos que tienen que conformarse con presupuestos irrisorios, con su taquilla ayudan a financiar títulos más interesantes. Lo malo de las películas de Dago es que dejan en el espectador consumado la idea de que el cine colombiano sólo tiene que ver con la exageración, los personajes estereotipados, los chistes tontos y la ramplonería.
Ayer tuve la oportunidad de asistir a la función para prensa de La Sirga, ópera prima del director caleño William Vega, producida por Óscar Ruiz Navia, Director de El Vuelco del Cangrejo, también de Antorcha Films.
Estas dos películas tienen mucho en común y reconforta pensar que este nuevo aire del cine colombiano toma un camino diametralmente opuesto a algunas apuestas generalizadas en nuestro cine como la comedia televisiva, el melodrama o las historias de narcotráfico. Los personajes de La Sirga, como los de El Vuelco, cargan a sus espaldas una historia de fondo tan fuerte que los hace introvertidos, callados y frios, lo que ha llevado que muchos los cataloguen incorrectamente como «muy europeos», como si ser colombiano significara comportarse como los personajes de Mi gente linda, mi gente bella o El Paseo.
La Sirga se destaca, entre otros aspectos, por una cuidadosa fotografía. En este caso no se trata de hacer planos hermosos vacíos de narrativa (algo que se critica en otra buena película, Los Viajes del Viento), se trata de pintar con la luz este ambiente inhóspito, exótico y abandonado, un universo desconocido por la mayoría de los colombianos, pero que es el medio ambiente de millares de compatriotas. La angustia van por dentro, ante tanta exaltación de la violencia y el estilo de vida narco que los últimos años ha inundado nuestra televisión, La Sirga apuesta por revelar la violencia desde el miedo, la espera y un suspenso que se vive todos los días en muchos sectores de nuestra geografía sitiados por los violentos de todos los colores.
De nuevo se apuesta por actores naturales, porque esta historia no podría ser contada de otra forma. La espontaneidad que se logra en la película se logra, en buena parte, por una buena dirección de actores, la elección de una impresionante locación y la caracterización de «La Sirga», un humilde hostal en medio de la nada que logra constituirse en una metáfora del emprendimiento y la desazón que coexisten paradójicamente en esta otra Colombia desconocida e ignorada.
No me gusta hablar de «nuevas olas» porque como olas pueden ser pasajeras, pero sí reconforta que el público colombiano tenga una nueva opción de acercarse a su cine sin sentir que está viendo televisión. Películas como La Sirga, El Vuelco del Cangrejo, Los Viajes del Tiempo, La Sombra del Caminante, Pequeñas Voces, Los Colores de la Montaña y Todos Tus Muertos nos acercan a otros temas, otras narrativas, otro país, contado desde la periferia y desde las víctimas. Se trata de un nuevo cine que no necesita sangre para hacernos reflexionar sobre nuestros problemas, pues reconoce que los efectos de la violencia impactan mucho más cuando están enterrados muy profundamente dentro de cada persona.
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