(Atención, puede tener spoilers)
Durante dos meses estuve intoxicado por una serie que a la postre se convertiría en la mejor que hasta el momento he visto. Antes sólo me había ocurrido una vez con la popular Lost, otro adictivo producto televisivo que también copó mis expectativas al punto de ver seis temporadas en maratónicas jornadas. El caso es que Breaking bad genera una fascinación difícil de descifrar en principio pero que, con la calma que da respirar e hidratarse después de la maratón , puede definirse claramente.
Dedico el primero de estos tres textos sobre Breaking bad al elemento más obvio que hace que esta fórmula química funcione tan bien: Su protagonista, Walter White, magistralmente interpretado por Bryan Cranston. En próximas ocasiones hablaré de mis 10 personajes favoritos y de la familia como centro de su temática.
Una de las cosas que más me atrapó de la serie es el tratamiento metafórico que se da a muchas situaciones. El cáncer es, sin duda, un mal que se apodera del cuerpo de Walt pero también una metáfora de la maldad que se incuba, se transforma y no se va hasta que lo invade. Walter White es un padre americano de clase media venido a menos que debe alternar un trabajo subvalorado (profesor de secundaria) con uno menospreciado (lavador de autos) y que, aun así, debe empezar a vender sus pertenencias debido a difíciles condiciones económicas ocasionadas por el embarazo de su esposa y la enfermedad de su hijo adolescente. A todo esto se suma el descubrimiento de que tiene cáncer y pocas expectativas de vida. Este cuadro ocasiona una «tormenta perfecta», premisa propicia para el desarrollo de cualquier posible villano: No tener nada que perder.
Walter White empieza la serie, haciendo honor a su apellido, como un personaje blanco tirando a gris, una pálida vida sin emoción y llena de inmensas frustraciones por estar en la ruina después de haber perdido su oportunidad de ser multimillonario y desperdiciar su talento e inteligencia en sus apáticos estudiantes de secundaria. La única fortuna y razón de vivir de Walt es su familia: Su esposa Skyler (su cielo), su hijo Walter Jr (admirador de su padre) y quien despierta su ternura, Holly, que nace en el transcurso de la serie.
De allí a dedicar su inmenso talento al mal hay solo un paso: Walt descubre que es muy bueno haciendo metanfetaminas y que poco a poco puede revolucionar el mercado con un producto de excelente calidad producido bajo sus rigurosos estándares. El único problema es que él es un pacífico padre de familia y no un capo del narcotráfico, así que tiene dos alternativas: Aliarse con los mafiosos (algo que intenta sin éxito) o convertirse en uno. Allí nace Heisenberg, referencia perfecta a su doble personalidad, un científico brillante que aporta su genio al camino de la oscuridad igual que el genuino científico alemán que intentó construir la bomba atómica para los nazis. El nacimiento del villano va de la mano con la transformación física de White: Menos peso, menos pelo, gafas oscuras y sombrero logran que un profesor nerd se vea como un enigmático y, poco a poco, temible personaje.
El horizonte de Walt siempre es su familia y es allí en donde se pone más interesante la serie, pues ya habíamos visto la importancia que en este tipo de historias se da al núcleo más cercano en relatos como El padrino o Los Soprano, pero en este caso entre los personajes más cercanos está su cuñado (casi hermano, en inglés brother in law) un reconocido agente de la Dea que se obsesiona por capturar a Heisenberg y que genera uno de los mayores puntos de tensión por encontrarse al mismo tiempo en el círculo de sus enemigos y en el de sus afectos. La otra relación familiar conflictiva es la que se desarrolla entre el profesor y su exalumno y socio, Jesse Pinkman, que nunca deja de llamarlo «Mr White». Desde el principio se desarrolla un vínculo paternal que nunca se rompe en la serie a pesar de pasar por enfrentamientos verbales y físicos que incluyen amenazas y órdenes de muerte. El alumno siempre espera el reconocimiento de su maestro y éste busca que su socio enderece su vida manipulándolo y usándolo, pero también protegiéndolo. Durante seis temporadas se espera un abrazo paternal que llega casi al final cuando ni Pinkman ni el público confía en los sentimientos de Walt.
Breaking bad marca también otro punto importante en la definición del arquetipo del mafioso: Del glamour de los personajes de Scorsese y la fortaleza de Vitto Corleone, la televisión pasó a mostrarnos al primer gangster en bermudas: Tony Soprano y ahora nos presenta al primero en calzoncillos. Lo interesante del personaje de White es que es el primer narcotraficante al que vemos «trabajando» y haciendo bien su trabajo, sin delegar en otros para preservar la calidad de su producto. Él mismo es su seguro de vida y el de su socio, pues el secreto de su producto lo acompaña y lo hace imprescindible para sus socios y enemigos.
Durante toda la serie, el protagonista asegura que hace todo por su familia, pero hay varios puntos de quiebre en donde es confrontado por sus secuaces al obtener más dinero del que podría imaginar y no querer retirarse. A pesar de esto, White sólo se da un lujo en la serie (por el bajo perfil que debe mantener): comprar un carro de alta gama para él y otro para su hijo, que poco disfrutan. No es el dinero lo que mueve al protagonista, ni solo dejar bien a su familia al morir, es el reconocimiento de los otros y su inmenso ego, como confiesa a Skyler en su última conversación cuando le dice: «Soy muy bueno en esto y todos lo saben». A pesar de lo que podría pensarse, la serie es moralista al demostrar que el dinero nunca compra la felicidad.
Walter White es un personaje con fecha de vencimiento, sin nada que perder, que ama a su familia y con sus acciones la destruye, que busca el reconocimiento que una vez él mismo se negó, que por miedo al peligro se convierte en el peligro mismo. Sin duda el WW es el elemento químico más importante de esta ecuación, aunque en la próxima entrega les contaré más acerca de esta exitosa receta.
Lee aquí la segunda parte de este análisis.