La obra que acierta saliendo mal

68853528_2695925053760290_978773890857697280_nEn teatro hay comedias que te hacen sonreir, otras te hacen pensar y luego reir y otras más te hacen reir a carcajadas. Cualquiera podría decir, con cierta razón, que es más fácil provocar las últimas usando los recursos del humor físico. En los inicios del cine, la comedia se basaba en persecuciones y pastelazos en la cara y muchos grandes cómicos como «Laurel y Hardy» (el gordo y el flaco), Buster Keaton y Harold Lloyd se hicieron expertos en esta modalidad que se ha conocido como «Slapstick». «La obra que sale mal» es un montaje que usa estos recursos llevándolos al extremo y haciendo gala de una gran precisión para lograrlo.
Esta obra; original de Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields, llega a Colombia después de haber triunfado en países como Inglaterra, Australia y Estados Unidos bajo la dirección del argentino Ricardo Behrens y con la actuación de Jimmy Vásquez, Cristian Villamil, María Cecilia Sánchez, Patrick Delmas, Viviana Bernal, Tatiana Torres, Pacho Rueda, Juanes Quintero, Jair Aguzado y del mismo director.
Hacer una obra en donde todo, como declara su nombre, sale mal, es un gran reto que debe hacerse muy bien. Desde el montaje y la manipulación de la compleja escenografía, la sobreactuación y la coreografía de los actores y, tal vez lo más difícil, lograr la atención del público mientras lo que podría salir mal sale mal, no es una tarea realmente fácil.
Aunque hay un par de apuntes que nos recuerdan el humor de Les Luthiers con juegos de palabras y malos entendidos, la obra hace una apuesta total hacia el slapstick, el mismo que ha caracterizado a actores como Jim Carrey y Mr. Bean. Para hacerlo se requiere de un gran despliegue físico de parte de los actores y una coordinación actoral precisa.
El escenario es, tal vez, el verdadero protagonista de la obra y esto hace que la labor de tras escena adquiere un protagonismo inusitado para sentir que todo se viene abajo con gran perfección. La palabra clave podría ser «timing», un término que debe ser entendido más allá de la precisión y que solo puede lograrse tras muchas horas de ensayo para que el delante y el detrás de escena se acoplen minuciosamente.
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Pero para lograr las carcajadas, y me consta que las hay todo el tiempo, hace falta mucho más que «timing» y esta obra logra un correcto equilibrio por medio de un excelente grupo de actores cómicos que, como en los buenas obras corales, se ayudan a lucir unos a otros para que el protagonismo sea compartido. En sus actuaciones, exageradas y sobreactuadas, el elenco hace gala de su talento en la construcción de un mosaico del ridículo que constituye un gran riesgo para quien pueda verlo como una opción rápida y facilista. La técnica de clowns de algunos de los actores contrasta con la interpretación naturalista de otros para construir un buen juego de espejos entre la realidad de la obra que se interpreta (el asesinato en la mansión) y la de la compañía que la está desarrollando (técnicos y actores).
No es más fácil hacer comedia que drama, lo he dicho varias veces, por eso es de aplaudir cuando una obra busca las carcajadas sin acudir a los recursos de la chabacanería y la chambonería y cuando los chistes siguen teniendo impacto en el público tiempo después de abandonar la sala.
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