La televisión colombiana lleva un buen rato haciendo la fila para entrar en las grandes ligas. Además del reconocimiento y de algunos buenos productos de nuestros canales privados, la televisión pública se ha llenado de premios y prestigio internacional aunque en la casa pocos la conozcan y muchas grandes productoras y plataformas llevan años haciendo proyectos con nuestro país con un éxito notable.
Este preámbulo para indicar que no es cierto que El robo del siglo sea la primera producción colombiana que demuestra altos estándares de calidad y adquiera gran visibilidad internacional; pero sí puede ser la primera en alcanzar eso que se persigue obsesivamente en nuestros tiempos (a pesar del COVID): la viralidad.
Hoy es más fácil hacer que destacarse y, para poder sobresalir, no hay nada mejor que estar en el lugar adecuado; Netflix es aun ese lugar. Sin embargo, no basta con entrar a esta plataforma, en donde es fácil perderse por la cantidad de contenidos disponibles provenientes de todo el mundo. Es necesario que los productos tengan buena calidad técnica, estrategias robustas de promoción y, sobre todo, que entiendan la lógica de la plataforma y sus algoritmos y la forma en la que los espectadores actuales consumen sus contenidos.
La productora que está detrás de El robo del siglo es Dynamo, quizás la empresa colombiana que ha trabajado más en producciones internacionales y que ha estado detrás de productos exitosos de Netflix como Narcos, Distrito salvaje e Historia de un crimen. La experiencia se nota y esta es una de las razones por las que el «look» de El robo del siglo lo convierte en un producto de talla internacional: impecablemente realizado y con un gran equilibrio entre lo artístico y lo técnico.
La historia tiene el número de capítulos adecuados para mantener la tensión y el ritmo narrativo, posee un elenco completamente nacional en el que brillan algunos de los mejores actores del país, su guion es redondo y contundente y el arte y la fotografía son precisos y aportan a la historia. Destaca también la banda sonora, muy apropiada para acompañar la narrativa (en letra y música) y en la que se destacan artistas nacionales desde Estados alterados y 1280 almas hasta Alfredo Gutiérrez, Fruko y sus tesos, Carlos Vives y Los Tupamaros.
Es inevitable hacer una comparación con La casa de papel, el gran taquillazo en español de la plataforma, famoso en todo el mundo y con bastantes similitudes con la serie colombiana. Lo primero que las diferencia es que, mientras la española es ficción, la colombiana es la recreación de un hecho real sucedido en el país en 1994. En guion, El robo del siglo es superior al efectista argumento de la serie española; es mucho más coherente, verosímil y usa la ficción para hacer más atractivos los personajes y la situación. Por si fuera poco, la serie colombiana evita caer en uno de los efectos colaterales de las narcoseries al no hacer apología del delito y de los delincuentes y combinar con tino los momentos de tensión con apuntes cómicos.
En temas de producción, la española es superior, aunque la colombiana no se queda atrás y en cuanto al elenco hay un buen equilibrio entre las series con grandes interpretaciones en ambas producciones. Particularmente, destacaría a Pedro Alonso, Rodrigo De La Serna y Nadjwa Nimri en la española y Andrés Parra, Cristian Tappan y Marcela Benjumea en la colombiana.
Lamentablemente, series de la plataforma como Elite, La casa de papel y La casa de las flores, han sucumbido a su éxito y planteado nuevas temporadas que han terminado por afectar la calidad de todo el producto. Hay algo que hace muy bien la serie nacional y es no alargarse innecesariamente. Como dije al inicio, seis capítulos son más que suficientes para contar una historia completa sin excederse, mantener la tensión y dejar al espectador en un punto alto. Además de telenovelas de muchos capítulos, ya aprendimos a hacer miniseries contundentes de menos de diez.
Un aplauso de pie para los productores, actores y personal técnico de El robo del siglo. Aunque la historia de base es potente e interesante, hace falta maestría para desarrollarla de forma agradable, emocionante y profesional.