Hoy es un día muy importante para los cinéfilos de nuestro país: regresa el cine. A pesar de los temores, desde hace meses exhibidores y distribuidores vienen planeando la reapertura de las salas de cine y hoy, por fin, se encienden los proyectores sobre las grandes pantallas. De esta forma, los cinéfilos colombianos podremos volver a internarlos en la noche más corta para disfrutar de las historias que nos traen las películas, para divertirnos, pero también para pensar.
Una de las películas que ingresa a la cartelera hoy es Ángela, tercer largometraje de Agamenón Quintero, rodado en el departamento de Córdoba y escenificado en la década de los 40 en el caribe colombiano. La película narra la historia de una niña de 13 años cuyo destino, según la costumbre, de la época, es ser vendida por su padre a un terrateniente para estar, desde entonces, bajo su dominio.

Esta cruel historia se cuenta sin un excesivo dramatismo ni una alta dosis de truculencia. La historia real tiene suficiente de injusta, violenta y absurda como para redundar en su tratamiento audiovisual. Con esta película, además, su director pretende hacer una crítica a esos rituales y costumbres que, lamentablemente, subsisten en nuestros días y se justifican en aras de la tradición, la misma que aparece representada desde la primera escena cuando se muestra el fandango del festival del porro, uno de los más tradicionales de esta región del país, en el que las mujeres bailan alrededor de los músicos con paquetes de velas encendidas que queman sus manos.
Ángela tiene 13 años y desde el momento en que es vendida a Calixto, un rico terrateniente, su vida queda atada a él, quien la considera de su propiedad. Para ella, él siempre será «el blanco», punto en que la cinta editorializa al poner en el rostro del enemigo el arquetipo de la figura dominante en nuestra sociedad occidental (el hombre blanco). En la historia, el destino de mujeres y minorías étnicas (negros e indígenas) no es otro que el de servir a sus «patrones».
El caso de Ángela y Calixto no es único o excepcional, pues a lo largo de la película son numerosos los diálogos en los que se evidencia el machismo y la cosificación de la mujer; desde el «no se meta con lo mío» hasta un duro diálogo protagonizada por la madre y la hermana de Calixto:
– Los hombres tienen necesidades y hay mujeres que nacieron para complacerlas…
– Mujeres, no niñas.
– Ella ya no es una niña.
El tratamiento visual es realmente rico y la dirección de fotografía logra construir una bien lograda atmósfera de su época sin caer en el preciosismo, por medio de una iluminación que aprovecha muy bien la luz natural y la de fuentes como las velas y una cámara participante que a menudo se inserta dentro de la escena como un personaje más. Las actuaciones no se destacan particularmente pero, salvo algunas excepciones, logran naturalidad en la historia que se cuenta y empatía hacia los personajes femeninos (especialmente, la niña protagonista). Sin embargo llama la atención, y lo subrayo como una decisión acertada en la narración de la película, que justamente el personaje que más perpetúa las tradiciones machistas sea la madre de Calixto, quien tiene frases que evidencian una visión del mundo blanca y patriarcal con la que algunas mujeres llegan a sentirse cómodas y ayudan a replicar. Es ella, justamente, quien critica a la niña violada por quedar embarazada y a su propia hija por elegir no tener hijos.
La música está compuesta por canciones y ritmos autóctonos de la sabana caribeña (Córdoba y Cesar) en donde ocurre la acción de la película, y está llena de piezas que rememoran a los pueblos indígenas y negros de la geografía colombiana. Aunque es un acierto desde el punto de vista antropológico, su inserción en la película no es del todo afortunada pues en ocasiones son demasiado protagónicos o van en contravía de la intención narrativa de los momentos de la historia.
Más allá de los aciertos y debilidades de la narración, quiero cerrar enfatizando en lo que quizás es más importante: esta película propicia una oportuna reflexión sobre el papel del hombre y la mujer en nuestra sociedad y sobre como, infortunadamente, ciertas costumbres machistas persisten 80 años después del tiempo de esta narración. Los matrimonios arreglados por dinero, la venta de niñas, el maltrato intrafamiliar, el abuso infantil y el embarazo adolescente no son temas de la ficción ni son exclusivos de las zonas rurales de Colombia. Desafortunadamente, pueden encontrarse en todas las clases sociales y en todos los niveles educativos.
Ángela es una niña que ya no puede jugar con muñecas, una niña que ya no puede estar con su familia porque es propiedad de alguien que decide lo que puede y no puede hacer. Ángela nos presenta una historia, pero también nos trae un mensaje: Ángela y las niñas de su edad tienen derecho a vivir, a jugar, a crecer, a aprender y a ser felices y es nuestro deber como sociedad velar porque así sea. Quizás lo más demoledor de la película no sea lo que se cuenta desde la ficción, si no la dosis de realidad que representa.
