
RESEÑA DE «ÁNGEL DE MI VIDA» (YÚLDOR GUTIÉRREZ, 2021).
Se estrena esta semana Ángel de mi vida la ópera prima cinematográfica de Yúldor Gutiérrez. Decir ópera prima es casi irrespetuoso con un director que tiene tan larga trayectoria en la televisión y el teatro en proyectos tan importantes como Francisco el matemático, Guajira y Pescaíto, además de proyectos con productoras como Disney y Nickelodeon. Sin embargo, estrictamente hablando, esta película es su ópera prima cinematográfica.
Conocí el proyecto hace un par de años cuando Yúldor me invitó a una proyección privada y me habló de la iniciativa. Desde el principio me pareció un enfoque interesante y quedé con ganas de verla. En marzo de 2020, nos vimos de nuevo en Cartagena horas después de la cancelación del festival y me manifestó la alegría que le había producido la buena respuesta del público cartagenero en el debut de la película y su tranquilidad, a pesar de la cancelación del festival y el aplazamiento indefinido del estreno de su película en salas.
Ángel de mi vida es la historia de un joven discapacitado que quiere ser atleta para ganar el corazón de su padre, quien a su vez tiene problemas de corazón (metáfora de su disfuncionalidad emocional). En esa premisa tan sencilla estriba su mayor mérito, la película tiene claro lo que quiere contar y lo logra sin demasiados rodeos ni giros de la trama, haciendo que sea una historia fácil y digerible para toda la familia y que apunte con claridad a ese público, buscando conmover y mover al espectador hacia una empatía por la difererencia y un clamor por la inclusión.
No puedo hacer una reseña de esta historia sin escribir en primera persona, pues me toca directamente al ser hijo de una maestra de aula especial que durante toda su vida profesional educó con paciencia a niños con distintos grados de discapacidad, logrando enseñar a leer y escribir hasta a los casos casi imposibles. Igualmente, tengo un tío (Julián) al que quiero muchísimo y con el que crecí (es un año menor que yo) que me enseñó que las diferencias no son límites insalvables y que una de las más grandes es que es el mejor nadador de toda la familia: sus más de 200 medallas lo confirman y en las piscinas (aun a sus 44 años) no hay primo o sobrino que le gane.

Esta película, por tanto, es una historia sobre el amor más que sobre la discapacidad; sobre la aceptación más que sobre la compasión; sobre la familia más que sobre el éxito. Con una propuesta fotográfica sólida y una muy acertada dirección de actores, Yúldor Gutiérrez logra una puesta en escena bien lograda, con unos actores muy especiales (niños y adolescentes) que llenan la película de ternura, entusiasmo y naturalidad.
El cine colombiano, como nuestra sociedad, tiene una gran deuda con la representación de la discapacidad. Son pocas aun las películas que tienen como protagonistas a personajes con algún tipo de discapacidad motriz o cognitiva (entre ellas podemos contar a Talento millonario y Pasos de héroe) y, aunque se ha avanzado en ello, pocas también son las películas adaptadas para acercar al público con discapacidad visual o auditiva a las salas. Incluir a estos colombianos para contar las historias o para que se acerquen a los relatos del país debe ser un deber de Estado y realizadores. Es importante mencionar, igualmente, que tampoco son muchas las películas colombianas dirigidas al público familiar, infantil o juvenil.
A todo esto se suma el espíritu de las olimpiadas especiales, representado en Colombia por la fundación FIDES y su lema: «Quiero ganar pero, si no puedo, que sea valiente al intentarlo». Ángel de mi vida me recordó una película que veía de niño y con la que siempre lloraba. Nunca supe su nombre original, pero en la versión doblada se llamaba El pequeño triunfador. Ambas películas cuentan las proezas de jóvenes deportistas de las olimpiadas especiales que lograban el mayor de los premios: el corazón del público y convertirse en inspiración para quienes creemos ser normales. Ángel de mi vida logra representar lo que muchas de estas personas significan para sus familias: el recordatorio de que los logros materiales no son nada sin el amor y el crecimiento espiritual.