Reseña de Papichulo, dirigida por Carolina Mejía
Cuando se escribe la reseña de una película, libro u obra de teatro es importante hacer disclaimers sobre las posibles relaciones personales que se tienen con el o los autores de la obra artística y que, a juicio de los lectores, pueden nublar de alguna manera el juicio. Así las cosas, hago tres disclaimers: soy buen amigo de Cristian Villamil, pero también soy un gran admirador de su trabajo que, entre otras cosas, fue la razón por la que finalmente nos hicimos amigos y nunca hago reseñas positivas de trabajos poco sobresalientes, así sean de mis amigos, pues soy muy consciente del valor que tiene hacer una recomendación.
Empiezo contando esto porque la experiencia de ver su más reciente obra, Papichulo, la pude disfrutar como espectador pero también como amigo, al identificar algunas de sus historias personales en la autoficción que interpreta y en la que, como es de esperarse, se expone ante el público como cualquier actor debe estar dispuesto: con valentía, honestidad y generosidad. Lo primero que impacta en esta obra es la prácticamente nula diferencia entre el acto teatral y la realidad que viven los espectadores. En la función a la que asistí en Casa E, Cristian bajó por las escaleras y empezó a conversar con todos en tono coloquial sobre su vida y a contarnos algunas anécdotas que ha vivido y así, de la nada, ya estábamos inmersos en la obra. Es importante aclarar, sin embargo, que no era Cristian quien hablaba, era el papichulo, quien emerge como un alter ego para abrirnos las puertas a su historia y compartir con nosotros momentos muy divertidos y otros que generan nudos en la garganta.
Durante el tiempo que dura la función, en el que el actor habla, baila, canta e interactúa con el público, asistimos a un striptease emocional que se pone frente a nosotros como un espejo en el que podríamos mirarnos para identificarnos con alguno de los personajes de la historia: ¿también seremos ñeros? ¿éramos muy pobres para el colegio y muy ricos para el barrio, o viceversa? ¿ya somos la mamá que empuja a su hijo a socializar? ¿o el abuelo que reta a su nieto a hacer las cosas diciéndole «güevón»?
Cristian, el actor, y Papichulo, el personaje, nos develan las dos caras de una persona que empezó desde abajo y ha logrado el reconocimiento en su trabajo gracias a sus actuaciones, sin que estas se limitaran a las tablas ni a las pantallas. Papichulo nos confronta en este gran acto teatral que es la vida, en el que interpretamos muchos personajes y vamos configurando nuestra identidad a medida que asumimos cada uno de los roles. Yo, como él, también fui ñero (en Medellín lo llamábamos «chirrete»), estudié en colegio público, bailé salsa al estilo de Manrique, nunca participé directamente en peleas pero sí vi muchas y me tocó aprender a encajar en una clase social diferente hasta llegar a ser, desde hace mucho tiempo, profesor de universidad privada. Solo entonces descubrí que yo también era ñero.
La música es fundamental en la puesta en escena y acompaña el recorrido por la biografía del personaje mientras se conecta con hitos importantes de su vida: los primeros amigos, los conflictos familiares, el abandono paterno, la relación con la madre, la pérdida de seres queridos, la conquista y las relaciones de pareja van emergiendo en una banda sonora variada que se articula coherentemente con el discurso de la interpretación.
Sin grandes aspavientos ni un montaje escénico sofisticado y aprovechando el carisma y talento del actor, la directora Carolina Mejía logra articular este formato, que bebe del monólogo tragicómico, el stand up comedy y hasta el vaudeville para presentar un acto sobrio, divertido y conmovedor por medio de un intérprete que nos enfrenta a un inmenso espejo.
Después de un período exitoso en Casa E, «Papichulo» inició su nueva temporada en Wow restaurante bar todos los jueves a las 7 pm. No se la pierdan.