La fiesta bárbara

Hace muchos años fui asistente de cámara de un noticiero nacional y en esta ingrata posición (de asistonto, como se dice en el medio) debí ir con el periodista a cubrir el final de una corrida.  Por nuestro «privilegio» como miembros de los medios, pudimos registrar desde la misma arena el final de la corrida.  No pudimos, por lo tanto, «extasiarnos» con las faenas del toreo, las verónicas, los desplantes, las orejas, el rabo ni muchas otras cosas que un taurófilo podría echarme en cara.  Nada de eso, sólo vimos a un pobre animal de muchas toneladas, humillado con una espada en su lomo, botando sangre por la boca y bramando de dolor.  El olor a sangre y los quejidos del animal son argumentos suficientes para detestar este salvaje ritual, pero estoy seguro de que nada de esto es percibido por quienes desde una tribuna, vestidos con ridículos y anacrónicos atuendos, gritando «torero» y borrachos después de despachar el contenido de su «bota» ven la corrida como por televisión.

Antes que nada quiero aclarar que mi único contacto con una de las herencias españolas más veneradas por algunos, las corridas de toros, se limitan a ver con desagrado este «espectáculo» por televisión y a esta fugaz experiencia que me hizo comprender que los aficionados a este «deporte» están de alguna manera blindados de su atrocidad natural.  Quienes me conocen saben que no soy amante de los animales, ni siquiera ecologista, pero sí creo que este espectáculo es quizás una de las prácticas legales más bárbaras que aun conviven entre nosotros.
Yo sé que hay verdaderos aficionados a las corridas que saben de este «arte» y disfrutan de su supuesta poesía.  Supongo que en la antigua Roma hubo también erúditos aficionados a X ó Y gladiador y otros que celebraban con júbilo cuando una fiera devoraba a un hombre con total crudeza.   El culto a la fiesta brava saca lo más salvaje de nosotros, escondiéndolo detrás de un glamour casi ascéptico.  Estoy seguro, sin embargo, que en nuestro país estos personajes son más bien pocos y que la gran mayoría esperan el mes de enero para ponerse la extravagante vestimenta que se usa para «ir a toros» para ver gente y que los vean, para presumir por saber dos o tres palabras del argot y, quien quita, para salir en televisión codeándose con reconocidos líderes políticos y económicos del país.   Esa misma gente estará otro día matándose por conseguir un tiquete para ir a la Nascar (porque ya Montoya no está en la Fórmula 1) y allí también hablará de pits, grilla y otros términos que tampoco comprenden.
En redes sociales como facebook es posible encontrar una gran cantidad de grupos de odio hacia las corridas, con posiciones que van desde la defensa de los animales (me gustó mucho el nombre de uno: Nos gustan los toros, no más corridas) e iniciativas populares para prohibir este espectáculo, hasta otros más radicales en contra de los toreros a quienes llaman asesinos, con posturas aun más extremas como disfrutar la muerte de un ser humano (en mi concepto, desvirtúan sus críticas y quedan aun peor).
Hasta el momento no he encontrado algún argumento suficientemente fuerte para reivindicar esta práctica, por lo que estoy de acuerdo con los que plantean su final.   En la gran mayoría de países esta práctica está prohibida o regulada y, tristemente, Colombia es uno de los pocos que la acepta y glorifica.   Surgen preguntas como: ¿Quien gana con estos espectáculos de muerte? ¿Por qué no se regulan las corridas con algún tipo de norma que garantice el respeto hacia estos animales (o si existe por qué no se da a conocer?)… Ya se han tomado medidas importantes en contra de espectáculos grotescos y que, desafortunadamente, también hacían parte de nuestras tradiciones como las marranadas que en nuestra niñez nos atormentaron al escuchar los quejidos de un pobre cerdo que era mal matado por inexpertos o borrachos (o ambas cosas) en medio de la fiesta y la pólvora.  Definitivamente las autoridades deberían también tomar una posición al respecto para acabar, o por lo menos regular, esta práctica.
Mención aparte merece otro ritual tan sangriento y peligroso, pero que esta vez no atenta tanto contra los animales si no contra las personas: Las corralejas.  Hace poco me enteré que tienen status de «patrimonio inmaterial», ¡que maravilla ver morir personas que irresponsablemente se lanzan a los toros en medio de la algarabia!, ¡que capacidad tenemos para copia lo malo de otras latitudes!.
A propósito del bicentenario de nuestra «independencia», que bueno sería hacer una revisión de estas brutales prácticas y tomar decisiones al respecto.  Como yo no soy alguien importante ni puedo tomar una decisión al respecto, optaré por criticar estas prácticas y prometer que nunca tocaré una plaza de toros (a no ser que hagan un concierto, jaja).  Como seguramente usted tampoco es parte de una de esas familias que tiene palco con su nombre en La Macarena o La Santa María también puede hacerlo.

Nota: Como sé que este tema genera grandes pasiones, pido por favor respeto en los comentarios a mis ideas o  a las de quienes aquí opinen.

4 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Trevon dice:

    That’s not just logic. That’s really sesilnbe.

  2. Jerónimo, hace poco publiqué un artículo de opinión en la prensa local con el mismo nombre. Lo estaba bustando en Google para ver si salía y encontré el mío de primero. y luego de varios artículos sobre La fiesta de Santa Bárbara, enconré el tuyo. Coincidimos en el título de ambos artículos, que tratan sobre el mismo tema. Debo decirte que hasta ahora es que conozco tu artículo, que me parece muy bueno. Te invito a leer mi artículo en mi blog, que te anoto abajo. También puedes buscarlo en Google.

    1. Es una curiosa coincidencia que ambos artículos se llamen igual, aunque el contenido difiera notablemente. Que bueno que coincidamos en criterio frente a esta barbaridad de la fiesta brava que evidencia una tradición sangrienta e inaportante. No soy antitaurino, pero es un tema de la cultura que no comparto por supuesto. Felicitaciones por tu blog y gracias por compartir este comentario conmigo. Un abrazo.

  3. Hasta ahora leo tu comentario. Cordial saludo. Un fuerte abrazo.

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