En la industria del cine quien hace un corto no está pensando en corto. Los cortometrajistas pueden hacer grandes películas de poca duración, con guiones muy elaborados, actuaciones memorables y, en ocasiones, presupuestos que pueden superar el de un largometraje. La prueba está en que, aun hoy, grandes directores como Scorsese, Wenders, Gondry y Jonze, entre otros, hacen cortometrajes de gran factura y calidad, prácticamente por diversión o con una finalidad expresiva.
Muchas veces se ha asumido que quien hace un cortometraje sólo está esperando poder algún día realizar su largo, pero muchas veces la carrera de un cortometrajista es tan sólida que no es necesario dar este salto. Es cierto, de todas formas, que por su corta duración el cortometraje se presta para que muchos puedan hacerlo y esta condición hace que los cortos tengan una escala de calidad tan variable que veamos algunas historias memorables y otras francamente impresentables .
En Colombia la situación de quienes hacen cortometrajes ha sido muy compleja y llena de obstáculos. Yo mismo tuve la bonita oportunidad de ser realizador de cortometrajes hace ya más de diez años y viví lo que es pasar cinco o seis días con el mismo equipo de grabación, intentando ensanchar un pírrico presupuesto y comiendo arroz chino todos los días. A la satisfacción de ver el producto terminado se sumaba casi inmediatamente la frustración de tener que rogar por encontrar un lugar digno donde presentarlo (sin hablar de la imposibilidad de recuperación económica).
Hay que resaltar, no obstante, que en estos años la situación ha mejorado y por lo menos ya hay más espacios en donde un realizador puede mostrar sus obras. Adicionalmente, la llegada del Internet posibilitó lo que antes era casi imposible: Mostrar un cortometraje en varios países al mismo tiempo y recibir retroalimentación del público de cada lugar.
En los años setenta, el cortometraje fue «Promovido» por el Decreto 879 de 1971 que destinaba un «sobreprecio» de cada boleto de cine para apoyar la producción cinematográfica del país, privilegiando la producción de cortometrajes y exigiendo a los exhibidores su presentación al inicio de cada función. Como suele suceder con muchas leyes bienintencionadas, los productores (muchos de los cuáles nunca habían hecho cine) se dedicaron a inflar los presupuestos, aprovechar la falta de control estatal para hacer películas sin mucha calidad y, en los casos más extremos, robarse abiertamente el dinero. En el caso de los exhibidores, muchos no quisieron perder el dinerito extra (1$ por cada boleta) y se dedicaron a producir ellos mismos los cortos sin otra intención que aumentar la rentabilidad de su negocio.
En 2003 surgió la ley 814 o ley de cine que, como se ha comentado en muchas oportunidades, ha ayudado a edificar la industria cinematográfica en Colombia y que volvió a exigir la presentación de cortometrajes colombianos en las salas antes de cada función. Hoy escuchamos en los medios especializados en cine que muchos cortometrajes colombianos ganan premios de toda índole en el exterior, por lo que podría pensarse que es una gran oportunidad para que el corto colombiano se presente en la gran pantalla como «telonero» de una película comercial. Nombres como «La Cerca», «Marina la mujer del pescador» y «Rojo Red» (cuya foto ilustra este post) son frecuentes en los boletines de cine pero escasos en las salas; nuestra sorpresa siempre es mayúscula al descubrir que lo que nos abre el apetito cinematográfico cada que vamos a cine tiende más a producirnos una indigestión anticipada.
Cualquier espectador podría pensar que son muy malos los cortos que se hacen en Colombia si sólo tuviera en cuenta la calidad de los cortometrajes que pasan antes de las películas (conozco mucha gente que siempre llega cinco minutos tarde a la sala para perdérselos) pero si partimos de la base de que el cine es un negocio y los exhibidores no quieren arriesgarse a que un solo peso salga de sus arcas, comprenderemos que los cortometrajes que se usan son probablemente los más baratos del mercado, los que ayudan a cumplir la ley sin hacer un mayor esfuerzo. Es decir, entre los setenta y ahora poco ha cambiado en este renglón.
Al menosprecio de los exhibidores se suma el desprecio de los canales de tv que, ávidos por rellenar sus franjas muertas de programación y previamente pautadas con los anunciantes, ofrecen sumas ridículas pidiendo en contraprestación la exclusividad de los obras de mayor calidad. ¿Tiene lógica que a un cortometraje que cuesta 50 mil dólares le ofrezcan 2 mil por un contrato exclusivo?
Los cortometrajistas colombianos pueden hacer negocios internacionales hoy, hay mercados del cine y espacios de encuentro con productores de la región interesados en apoyar estas iniciativas, pero lamentablemente nuestro país es el que menos tiene en cuenta sus esfuerzos. Afortunadamente hay iniciativas en cada festival de cine colombiano orientadas a este importante sector y festivales temáticos como El Espejo que apoyan y promueven estos trabajos.
Sé que el principal argumento para esta clase de discusiones es decir siempre que el cine es un negocio y que nadie monta una tienda para perder dinero. Esto es más que legítimo pero también sería bueno que en esta tienda promovieran otros productos distintos a los enlatados.
Hola Jerónimo:
La realización de cortometrajes además de ser una escuela para directores, productores, guionistas, sonidistas y demás perfiles del medio, se convierte en un aporte invaluable a la cinematografía de una región. Gracias a la ferviente actividad de los cortometrajistas es que se mantiene y se cultiva la pasión por el séptimo arte. Ante el menosprecio de los exhibidores, en la academia tenemos de estudiar las metodologías de producción, investigar el sector para pensar en estrategias que puedan reivindicar la dignidad del cortometraje.
Me gusta mucho la nueva interfaz de tu blog y el nombre.
Saludo,
César Mazo