Reseña de Amalia la secretaria de Andrés Burgos.
Hace ya seis años Andrés Burgos nos regaló una comedia entrañable para el cine colombiano: Sofía y el terco, en donde su protagonista (una madura mujer campesina y sin voz, interpretada brillantemente por la recordada actriz española Carmen Maura) realiza un viaje de autodescubrimiento para escapar de la rutina de su cotidianidad y pensar, por una vez en la vida, en sí misma.
La próxima semana Burgos estrenará Amalia la secretaria, su segunda película, protagonizada por Marcela Benjumea y Enrique Carriazo. De nuevo se trata de una comedia, pero no como las comedias colombianas que estamos acostumbrados a ver en cine y televisión. Esta historia, centrada en otra mujer con vida gris y rutinaria, evade los chistes fáciles y las situaciones cómicas recurrentes en nuestro cine colombiano. No es una historia de estereotipos regionales, ni de culto al aguardiente, de «hijueputazos» gratuitos ni de personajes exagerados y caricaturescos. No. Amalia la secretaria es la historia de colombianos corrientes que vemos todos los días y que, quizás por eso mismo, no creeríamos que podrían ser dignos de representarse en una película.
Con un ritmo pausado y que podría parecer lento para una comedia, el director nos presenta con lujo de detalles a la protagonista, haciendo énfasis en la rutina de su aburrida vida cotidiana, las dinámicas de su oficina, sus problemas familiares y, sobre todo, su soledad. En un mundo completamente gris en el que los días se presentan como calcados unos de otros, aparece un personaje simpático, extrovertido y confianzudo que rompe la monotonía, trayendo un poco de color a la vida de la secretaria.
Con algunos gags divertidos, detonados principalmente por la personalidad curiosa y excéntrica del personaje de Carriazo y los desvaríos de la madre de Amalia, interpretada por Ana María Arango, esta película tiene el difícil reto de hacer reir y pensar en una historia que tiene poco de conflicto y un arco dramático difícilmente perceptible. A diferencia de Sofía y el terco, esta es una trama de interiores y pocas locaciones ambientadas de manera sobria para representar la vida monótona y rutinaria de la protagonista, que es la de muchas mujeres bogotanas de mediana edad. Se trata de un retrato certero de personajes de la vida nacional, sin pretensiones ni grandes giros de la historia, que constituye un sutil homenaje a esos compatriotas, que son mayoría, y cuyas vidas honestas y sin sobresaltos han construido en buena parte lo que se ha denominado como idiosincrasia colombiana.
Los dramas de la protagonista, que no son pocos (una madre con demencia senil, una hija fuera del país a la que no puede visitar, un jefe en crisis que se resiste a comunicarse, los peligrosos límites de la ética en su trabajo), no son magnificados por la trama y, lo que podría ser un gran melodrama, termina siendo una historia sencilla en donde todo el peso recae sobre la protagonista que no se eleva a la estatura de heroina pero sí aprende algo en su recorrido. El baile y el amor aparecen como el color que hace falta en su vida, pero es la comodidad de una vida sin mayores sobresaltos la que debe superar para dar un paso adelante en el camino hacia su autodescubrimiento.
Sofía y el terco es una de las mejores comedias del cine colombiano reciente, pero Amalia la secretaria es un reto más complejo, porque su personaje también lo es. Aunque no tiene grandes locaciones ni conflictos de vida o muerte, esta historia se sostiene muy bien por un guion sencillo y bien ejecutado y por un maravilloso casting que reune en una sola película a algunos de los mejores actores profesionales del país como Fabio Rubiano, Patricia Tamayo, Carolina López, Fernando Arévalo y Juan Pablo Barragán; acompañando a Marcela Benjumea, que luce sobria, medida y convincente y que desde la simplicidad de Amalia, la convierte en un personaje entrañable. Enrique Carriazo, por su parte, aprovecha su estilo particular para representar un personaje divertido e impertinente que, gracias a una adecuada dirección, no cae en la caricatura ni el estereotipo.
Aplaudo este gran reto emprendido por Andrés Burgos. No es fácil llevar una narración en la que pareciera no ocurrir nada trascendente pero que, a fin de cuentas, presenta un retrato honesto y comprometido de una mujer gris que encuentra poco a poco algo de color en su vida. ¿Quien dijo que la comedia colombiana tiene que ser tonta y superficial?