
La obra es una invitación a la reflexión sobre el terror y el terrorismo; ese mismo que hace que estallen las paredes, pero también puede manifestarse en la dominación sobre los otros, la humillación, la amenaza, el rencor y la discriminación sobre quienes consideramos inferiores. Este proyecto, enmarcado en la lucha de clases y con un claro tinte político que no llega a ser sectario es una manifestación de nuestros hábitos y vicios, cargados de perversión y mezquindad; en donde la violencia, el sexo y el poder se conjugan para mostrar la miseria de la condición humana y la crisis de todas las instituciones (de la familia a la sociedad).
Con una puesta en escena ecléctica y casi atemporal, un bien logrado trabajo de interacción en escena entre actores y objetos y una propuesta en la que se destacan el movimiento y uso de los cuerpos, la obra se enmarca en una estructura narrativa no convencional, pero clara y contundente. Con una puesta en escena rica en recursos que contribuyen a la historia, este montaje logra confrontarnos mediante elementos como la ruptura de la cuarta pared y los subtextos de los personajes.
Contada desde dos puntos de vista: Quienes plantean perpetrar un ataque terrorista y sus posibles víctimas, afloran preguntas como: ¿Quienes son los buenos? ¿Quienes son los villanos? ¿Es posible mantener un sentido de la moral cuando las víctimas son vistas como fichas de un ajedrez que a la primera jugada pueden desaparecer del tablero?
Muy oportuna, casi oportunista, en este momento actual de posiciones radicales, ataques personales y miedo, esta obra sobre el terrorismo, el odio y la violencia nos confronta con nuestra realidad. Es fantástico que el arte logre aportar a la reflexión sobre los problemas del país, nuestros problemas.