El mayor temor de una madre. Reseña de «Amalia» de Ana Sofía Osorio

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Cristina tiene 43 años y está embarazada.  Su embarazo es de alto riesgo y el médico le ha ordenado que guarde reposo.  Su esposo la acompaña y también su suegra, con quien no se siente muy cómoda. Hay una explosión en la ciudad y Cristina sospecha que Amalia, su hija adolescente, puede estar entre las víctimas.  A grandes rasgos, esta podría ser la sinopsis de Amalia, una nueva película colombiana que está en la cartelera cinematográfica desde el pasado jueves en un circuito limitado de salas de cine. En el fin de semana del día de la madre, esta película tiene como protagonista a una madre que vive la peor angustia que cualquiera puede sentir: temer por la vida de su hija.
Dirigida por Ana Sofía Osorio, Amalia explora temas como la maternidad, el miedo y, un tema que también hacía parte de su ópera prima, la incomunicación, marcada en esta oportunidad por una cierta condición de las clases altas en donde la verdad muchas veces se sacrifica por la cortesía.
En su primera película, Sin palabras, la directora plantea la historia de amor entre un joven colombiano y una inmigrante china perdida en Bogotá.  La falta de un lenguaje común y las diferencias culturales son los principales obstáculos que enfrenta la pareja. En Amalia, la protagonista afronta un embarazo tardío y problemático y se reencuentra con la maternidad confrontándose, al mismo tiempo, como esposa y como madre de una hija adolescente con la que sostiene una tensa relación marcada por la incomunicación. Confinada al estrecho mundo de su cama de convaleciente, Cristina tiene que lidiar con la angustia del peor día de su vida en compañía de una suegra que no pierde oportunidad para hacerla sentir culpable, la ausencia del padre de su hija que solo aparece para subrayar sus falencias como madre y la ayuda de su esposo, quien pone siempre en primer plano el bienestar de su bebé por nacer.
amalia2Amalia pone enfrente nuestro el espejo de vivir en un país violento en el que la tragedia está a la vuelta de la esquina para representar, no las muertes ni la sangre, sino la angustia y desazón de vivir como víctimas las secuelas de una guerra que no pedimos ni terminamos de entender. La puesta en escena, sobria y bien medida, se destaca por un manejo de encuadres cercanos y planos largos, en donde las interpretaciones de los actores sostienen el peso de la historia y la atmósfera claustrofóbica es la principal protagonista.
Se trata de una película muy humana y realista, en donde se nota un buen trabajo de dirección de actores que parte desde una acertada elección del elenco (encabezado por Ángela Carrizosa, María Cecilia Botero y Alejandro Aguilar) y finaliza con una mirada autoral que va más allá de producir una película para expresar un mensaje contundente que nos pone como espectadores en una perspectiva casi inmersiva en la que compartimos la angustia y la impotencia de una protagonista encerrada en un cuerpo frágil, pero con una fuerte determinación.
Es interesante notar esta tendencia del cine colombiano que no intenta dar gusto al gran público ni está fabricado para triunfar en grandes festivales.  Se trata de cine de bajo presupuesto que quiere contar historias, cine hecho entre amigos como bien lo expresa el nombre de la productora (Cine de amigos) que está detrás de este proyecto, un cine intimista enmarcado por cuatro paredes y en donde los conflictos y los personajes tienen la oportunidad de crecer. En esta misma línea podemos encontrar títulos como Crónicas del fin del mundo, Adiós entusiasmo, Ruido rosa, Sin palabras, Una mujer Karen llora en un bus, entre otros.
Es importante mencionar también la mirada femenina detrás de esta historia. Sin entrar en el debate sobre la cercanía que un director hombre puede llegar a tener con el universo femenino, esta película logra un buen retrato de la confrontación de su protagonista con su edad, su embarazo y sus roles como madre y esposa.  Amalia logra capturar la angustia de una sociedad acorralada, poniendo el énfasis en la espera y la incertidumbre como si fuera una metáfora del aturdimiento que se siente justo después de una explosión.

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