Crecer a los golpes

piedra 2Nos encantan las historias de perdedores: son más interesantes, están llenas de matices y, admitámoslo, el 90% de la población mundial no nos destacamos por algo realmente sobresaliente.  El cine internacional está lleno de perdedores y esto es tan evidente que hasta las películas recientes de superhéroes han acudido a esta fórmula para presentar a seres con superpoderes que ahora tienen crisis existenciales y de identidad. En el campo de las películas deportivas hay una larga lista de historias sobre perdedores que logran sobreponerse hasta llegar a triunfar, pero también hay un buen número en las que lo intentan y fracasan consiguiendo, algunas veces, ser mejores personas.
El cineasta cartagenero Rafael Martínez presenta «El piedra», su primer largometraje, en la cartelera colombiana: la historia de una vieja gloria del boxeo que ha decidido sacrificar su dignidad y su bienestar físico para ganar unos pesos perdiendo peleas contra boxeadores en ascenso. «El piedra», su apodo como boxeador exitoso deja entonces de ser sinónimo de fortaleza y estabilidad para asociarse a inercia y pesadez. Frente a un presente sin emociones y en el que el protagonista se acostumbra a una vida gris, viviendo con lo justo y rodeado de algunos pocos buenos amigos, Reynaldo (llamado Rey por quienes más lo quieren como una añoranza de tiempos mejores) ve su vida desestabilizarse por la llegada inesperada de un niño que dice ser su hijo.
Hasta aquí la historia puede recordarnos relatos internacionales como el de «Rocky», «El toro salvaje» y hasta «No se aceptan devoluciones», pero uno de los mayores méritos de la película es justamente su énfasis en la conducta impredecible de los seres humanos y el foco que hace en las relaciones humanas, atravesadas por la incomunicación, la compasión y la soledad.
Con su tono caribeño, que va más allá del cliché imperante en el interior y que nos recuerda al «Flechas» de David Sánchez Juliao, acompañamos a Reynaldo en el combate más difícil de su vida, que lo llevará a tomar decisiones y a cuestionarse a sí mismo.   La película logra con gran sutileza presentar una historia llena de emociones sin caer en el sentimentalismo, centrándose en la relación entre el rey y su mayor admirador; entre un hijo sin padre y sin afecto y un hombre sin dignidad ni esperanzas; entre un chico de la calle que busca una familia y un hombre encerrado en su pasado.
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Cartagena aparece también como protagonista de la historia, pero no es el Cartagena de los turistas y las postales. No aparecen en «El piedra» las carrozas entre calles empedradas, el atardecer en Bocagrande o los balcones con flores de Getsemaní. La película retrata como pocas la Cartagena del pueblo, la del pie de La Popa, aquella invisible para gobernantes y turistas, la Cartagena de la gente emprendedora que se rebusca la vida en oficios que legalmente no existen como el mototaxismo, con el que se gana la vida Reynaldo, y la venta de minutos para celular que realiza su novia. Si hay una escena que sobra en la película es aquella en la que el boxeador y el chico discuten sobre la Cartagena ignorada, una escena bien lograda pero claramente innecesaria por lo que las imágenes ya nos han contado a lo largo del film.
La fotografía de esta cinta logra con belleza y realismo registrar las calles y los atardeceres de lugares como Bazurto y Pie de la Popa pero también retrata el pudor de la pobreza en los espacios interiores. La música, por su parte, recrea los aires caribeños tradicionales logrando fusión con ritmos cartageneros de origen popular como la champeta.  La musicalización aparece en la película en los momentos justos y no se siente invasiva ni efectista. Más allá de la trama boxística y las expectativas sobre la carrera en decadencia de «El piedra» y la rehabilitación del niño de la calle; la película logra retratar la humanidad que habita en cada luchador que ha crecido con los golpes de la vida.

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