Colombia en mis brazos, Colombia en mis armas

Mucho se ha escrito acerca del proceso de desmovilización de las FARC, el grupo guerrillero más antiguo del mundo.  Según sea la corriente política de quien cuente la historia, se trata de una gran artimaña del grupo armado para apoderarse del poder o de un pacto necesario para la convivencia de un país forjado con olor a sangre. Lo que sí es claro para todos es que la verdadera reconciliación no se dio después de la firma y que, por lo contrario, la sociedad civil colombiana está cada vez más dividida por intereses políticos más fuertes que los ciudadanos.

Desde la firma del acuerdo de paz se han exhibido en el país varios documentales que abordan el tema desde distintas perspectivas: La negociación (Margarita Martínez, 2018) y El silencio de los fusiles (Natalia Orozco, 2017) son dos de los más destacados.  A partir de la visualización de cada uno y del momento en que fueron filmados, es posible medir el pulso al proceso y a la esperanza o desesperanza que invade a la ciudadanía colombiana.  Esta es una de las razones por las que el documental Colombia fue nuestra (Colombia in my arms) es un retrato claro del difícil y tal vez irreversible momento que atraviesa desde hace un par de años este proceso.  El asesinato indiscriminado de guerrilleros desmovilizados, el fortalecimiento de las disidencias y el desinterés e incumplimientos del gobierno actual a los acuerdos firmados no permiten ser más optimistas.

Empiezo por decir que el nombre original hace un interesante juego de palabras alrededor de la palabra “arms” para indicar que Colombia ha estado en las manos y en las armas de algunas pocas familias, pero también de los grupos armados que han atacado su supremacía o a los que ellas mismas han apoyado. El nombre elegido en español, “Colombia fue nuestra” hace referencia a lo mismo sin el interesante juego de palabras y partiendo de algo que quizás no es cierto, pues el país sigue perteneciendo a los mismos actores, aunque se camuflen con nuevos ropajes.

Ganador como mejor documental nórdico en Gutemburgo 2020, esta coproducción entre Noruega, Dinamarca y Francia fue la cinta inaugural del Festival de derechos humanos que se realiza en Colombia hasta el 13 de noviembre. Sus directores, los finlandeses Jenni Kivistö y Jussi Rastas han vivido en Suramérica, conocen el contexto de la región y se acercan al proceso de paz desde la mirada de cuatro personajes reales con posturas ideológicas muy distintas y, en algunos casos, radicales. A diferencia de otros trabajos similares sobre este tema, este trabajo tiene el gran mérito de ser un documental en todo el sentido de la palabra, logrando huir con éxito del estilo y narración propios del reportaje periodístico que suele permear este tipo de trabajos. «Colombia fue nuestra» mantiene una estructura narrativa clara que muestra íntimamente las convicciones de sus personajes con una sola cosa en común: todos creen tener la razón.

Los cuatro personajes principales son: un guerrillero de las Farc a punto de desmovilizarse y militar activamente en el nuevo partido político, la senadora de derecha y enemiga del proceso María Fernanda Cabal, un campesino cultivador de coca y un aristócrata descendiente de una familia tradicional colombiana. Contrario a lo que usualmente se cree, un documentalista no debe ser neutral ni aséptico, pero sí debe garantizar algún tipo de equilibrio en su relato. Sin usar narradores, cifras, fechas y prescindiendo, incluso, del nombre y cargo de los personajes; los documentalistas logran estructurar una narración fluida y estética en donde las palabras dicen tanto como la música y las imágenes. Hay subtextos claros en este documental y ese es uno de sus mayores méritos.

Los personajes son tratados con respeto, pero sin condescendencia, y los directores evitan hábilmente el panfletismo y el activismo político al presentar las distintas caras de la moneda logrando también parodiarlos en sus contradicciones y verdades a medias: El exguerrillero adora su fusil como un fetiche, defiende el secuestro como un tributo necesario para la guerra por parte de las clases privilegiadas y dice que el pueblo los ama y los necesita. El aristócrata afirma que es lógico que siempre los mismos estén en el poder pero que deben ser más sensibles a las necesidades de los demás, mientras un sirviente le sirve una copa de vino mientras este ni lo mira. La senadora uribista dice que algunas personas se sienten cómodas ganando poco dinero y que a otros sí les gusta ganar más y que al país le espera un gran futuro con ellos en el poder. El campesino canta una tonada sobre los raspachines en la que aparecen como héroes de corrido mexicano. En lo único que coinciden es en que las cosas seguirán siendo así, para desdicha o tranquilidad de cada uno.

Este buen documental es, sobre todo, oportuno para el momento actual que vive este proceso y es una narración polifónica que explica en buena parte el fracaso del mismo: los personajes representan cuatro países muy diferentes que no pudieron (o quisieron) ponerse de acuerdo. Colombia sigue en las manos y en las armas de quienes detentan el poder porque, contrario a lo que muchos quisiéramos, es más fácil hacer la guerra que apostarle a la paz.

La película se presentará gratuitamente el próximo sábado en la plataforma del festival de cine por los derechos humanos, a las 5 pm. Igualmente, está disponible para ver en la plataforma On Directv para los suscriptores de esta plataforma.

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