
La polémica de esta semana entre el ex-director del sistema informativo y la exgerente con el gerente actual de Telemedellín me motiva hoy a hacer un texto para explicar cuál debe ser la verdadera naturaleza de un canal de televisión público. No soy quien para decir cuál de las partes tiene la razón ni tengo intereses particulares para tomar partido a favor o en contra, así que no pretendo hablar mal del alcalde de Medellín ni de su partido, tampoco del canal o de su actual gerente, sino llamar la atención sobre una idea que lleva años teniéndose como cierta y que es una gran falacia: los canales públicos de televisión dependen de alcaldías, gobernaciones o presidencia para su gestión, pero no son su jefatura de prensa, propaganda o plataforma política.
Hace un par de años, tuvimos un caso similar cuando un ex-gerente de Señal Colombia, intentó censurar un programa (pagado con dineros públicos) por criticar un proyecto del gobierno nacional. De sus polémicas afirmaciones en la reunión del canal molesta especialmente aquella de «morder la mano que le da de comer». Solo para que quede claro, esa mano es la de los contribuyentes: nosotros.
Esto, que parece apenas obvio, no lo es tanto en el ejercicio de los mismos canales. Desde 1985, la televisión colombiana inició un proceso muy positivo de descentralización que ha permitido que los habitantes de las distintas regiones del país puedan reconocerse en sus imágenes, sonidos y tradiciones culturales. Los canales regionales han permitido conectar a las regiones, fortalecer el sentido de pertenencia y promover los talentos locales, además de ser excelentes escuelas para periodistas y realizadores audiovisuales. En la práctica, en estos 36 años algunos alcaldes y gobernadores han utilizado los canales regionales y locales como su «egoteca», para hablar bien de sus obras y, en los peores casos, para echarle el agua sucia a sus opositores, minimizar sus errores o promover campañas políticas propias o de co-partidarios. Televisión pública no es lo mismo que televisión promocional o institucional.
En el caso de los noticieros es aun más grave, pues las presiones no solamente se dan de manera directa, sino también mediante el retiro de la publicidad oficial cómo si se pagara por noticias positivas (publi-reportajes, para ser más exactos) y no por una información que cumpla con los pilares del periodismo: el equilibrio, el rigor investigativo y la verdad.
La naturaleza de los canales públicos es el servicio público, es importante recordarlo. Estos canales se deben a la ciudadanía y sus contenidos deben apuntar al fortalecimiento de las actitudes cívicas, la promoción de la cultura y la información veraz y oportuna sobre temas que los afecten. No hay que ser abogado para entender la diferencia entre Estado y gobierno y habría que recordarle más seguido a los gobernantes de turno que son eso, de turno, y que el Estado colombiano está por encima de ellos. Ningún medio de comunicación público se hace para satisfacer los intereses de la empresa privada o de los gobiernos; no son medios de bolsillo, comités de aplausos ni trincheras para atacar a los contrincantes. La censura es inaceptable, venga de donde venga.
La televisión pública en Colombia se ha fortalecido de manera notable en las últimas décadas. Como miembro del comité técnico de los premios India Catalina de la industria audiovisual pude descubrir programas fantásticos e iniciativas maravillosas para visibilizar las regiones y sus talentos. En muchos aspectos, incluso, la televisión pública regional en Colombia ha marcado tendencias importancia en la calidad y la evolución de la televisión nacional. Los canales de la televisión pública son de todos y por ellos deben circular los mejores contenidos, veraces, imparciales y al servicio de la ciudadanía. Si pierden su rumbo, es nuestro deber exigir que se cumpla el propósito para el que fueron creados.