Reseña crítica sobre Sucession

La mayoría de los manuales de guion indican que los protagonistas deben generar empatía en los espectadores, que debemos sentir alegría con sus logros y acompañarlos a solucionar sus problemas. Esta regla se aplica en muchas series exitosas que conocemos, pero cada vez más ocurre que los protagonistas de las series de televisión son antipáticos, fastidiosos o francamente insoportables. Se requiere, por supuesto, una mayor maestría para lograr que el público se conecte con este tipo de historias. Sucession, por su parte, es la clara muestra de esta idea y muchos estaremos de acuerdo con un amigo al que le pregunté como le parecía esta serie y me respondió: «Me encanta pero los odio a todos».
De todas formas, es importante comentar que esta serie, protagonizada por personajes mezquinos, crueles y a veces profundamente desagradables, no generaría tal conexión si no fuera por su alta dosis de humor negro en esta especie de Juego de tronos tan trágico como cómico. La maestría de Adam McKay (quien ya ha aplicado este estilo en películas como Vice y No miren arriba) y hasta el humor irreverente del siempre polémico Will Ferrell (quien oficia como productor de la serie) pueden ser la clave de esta fórmula ganadora. HBO se consolida, sin duda, como la plataforma de las series memorables y la familia Roy emerge con la fuerza que en su momento tuvo Los Soprano.
Esta propuesta se destaca por muchas cosas: su maravillosa propuesta fotográfica de cámara suelta, casi nerviosa, y de constantes reencuadres, el montaje ágil que mantiene la tensión en cada momento, los diálogos rápídos e hilarantes llenos de doble sentido y algunos de los insultos más originales de la historia de la televisión (debe tener el record de número de fucks por capítulo). Pero, sin lugar a dudas, lo que se roba el show es la galería de personajes magníficamente interpretados y con una gran complejidad que se esconde detrás de sus excesos y superficialidad. Ninguno de ellos es realmente feliz ni disfruta de sus privilegios, lo que permite que no lleguemos a desear su inmenso poder económico y hasta sintamos algo de compasión por cada uno de ellos en algún momento de la historia. Aunque procuraré no hacer spoilers, es posible que comente algo sobre la trama; así que advierto a aquellos que apenas están empezando a verla.
El punto de partida de Sucession no puede ser más interesante y shakespeareano: el gran magnate de las comunicaciones, Logan Roy, sufre un ataque inesperado y el gigantesco emporio de las comunicaciones Waystar Royco entra en crisis por la salud de su fundador y ominpresente CEO. Esta situación lleva a su hijo Kendall a tomar las riendas con decisión pero algo de miedo por la situación de interinidad y por el duro carácter de su padre (que poco a poco se va revelando). La recuperación de la salud de Logan genera una gran crisis y un juego de poder entre él y sus hijos, entre ellos mismos y entre los empleados de alto nivel por el control del grupo empresarial.

Más allá de encontrar la posible relación entre la historia de ficción con el mundo empresarial norteamericano y la gran cantidad de similitudes con la familia Murdoch (FOX news, The NY Times, The Sun, entre otros) o con el mismo expresidente Donald Trump; esta historia entreteje las tensiones empresariales con los conflictos de una familia que lo tiene todo pero que convive con heridas de vieja data, celos, traiciones y desconfianza.
El patriarca, representado brillantemente por Brian Cox, es un empresario inescrupuloso y ambicioso que desconfía de todos y que es capaz de traicionar a quien sea para conservar su poder. Algunos de los mejores giros de la trama se centran en la relación con su hijo Kendall y en la forma cómo manipula a cada uno de los miembros de su círculo cercano para hacerlos sentir queridos y reconocidos mientras los traiciona y utiliza para su propio beneficio. La trama central entre Logan y sus hijos está a medio camino entre un drama de Shakespeare y una trama psicoanalítica marcada por la idea de «matar al padre», expresada de forma poco sutil hasta en los diálogos, pues frecuentemente se hace el chiste sobre matarlo, Logan critica a su hijo por no ser un «asesino» (hablando de negocios) y la desconfianza llega al nivel de la paranoía (todos usan la frase «adoro a XXX pero…» antes de atacar o incluso sugerir el sacrificio de un miembro de la familia).
Las fronteras entre familia y empresa son difusas y a menudo intercambiables: los matrimonios y los cumpleaños son excusas para movidas empresariales y en las reuniones de la empresa hay secretos familiares, reclamos, insultos y chistes de doble sentido. La tensión generacional también es evidente, no solo por la que se da entre los viejos y los jóvenes empresarios, sino también entre los estilos de gestión y hasta entre empresas tradicionales versus «start up» tecnológicas. Allí la serie se divierte caricaturizando la incorrección política y tolerancia con los malos hábitos de los viejos (Mo-Lester) y las excentricidades de los jóvenes gurús de la tecnología.
Los excesos de los más ricos de la sociedad se representan sin contemplaciones. Desde el primer capítulo en el que un incorregible Roman ofrece a un niño pobre un millón de dólares por hacer un home run hasta la «pataleta» por ceder los viajes en jets privados como condición para fusionarse con otra empresa. Esta clase privilegiada aquí representada es una oda a la indolencia y al exceso y todos los personajes, en mayor o menor medida, son niños malcriados que sienten que todo lo merecen: desde Kendall que celebra una megafiesta de cumpleaños con celebridades y ningún amigo, hasta Connor que decide que debe ser presidente de los Estados Unidos (y, curiosamente, empieza a tener seguidores y hasta posibilidades reales en la convención conservadora como un claro guiño a Trump).
Todos los personajes juegan su propio juego en el cuál los demás solo son fichas intercambiables y, aun aquellos que entran en la dinámica sin saber como jugar, terminan inmersos en la lucha de poder y las maniobras para salirse con las suyas: Logan convence a Shiv de dejar la política ofreciéndole un cargo en la empresa, Shiv maneja a su antojo a su esposo Tom, y este no pierde ocasión para humillar y denigrar a Greg que, a su vez, juega a dos bandas para arañar un poco de poder y salvar su pellejo. Aquí nadie es inocente, pero todos son también víctimas.
¿Por qué, entonces, no les decimos simplemente «fuck off»? porque cada uno de ellos es un ser solitario y carente de afecto, porque todos son manipulados por unos padres horribles que los llenaron de comodidades pero también de inseguridades, porque saben que no pueden confiar en nadie y nunca tienen una tregua para realmente descansar, porque son víctimas de un abusador con un poder tan inmenso que puede quitar y poner presidentes (como en la vida real) y del cuál no se pueden zafar porque harían hasta lo imposible por obtener su aprobación. No les quitamos los ojos de encima porque nos encanta odiarlos; porque reímos con vergüenza ajena con cada uno de sus desatinos y no sabemos de parte de quien estar; porque sabemos que esta farsa es una pequeña muestra de lo que se mueve en el poder de las altas esferas y porque, a pesar de sus lujos, no nos gustaría estar en su lugar.

Pd con Spoiler: Pinta muy bien la futura cuarta temporada con una improbable alianza entre los hijos para recuperar el poder de una empresa que ya perdieron, intentando estar unidos y dejar de lado sus egos y ambiciones de poder. Seguramente aparecerá con mayor fuerza también la caricatura del millonario excéntrico tipo Musk o Bezzos y habrá que ver que pasa con la descabellada campaña de Connor… ¿logrará la ficción superar el absurdo de la realidad?