Historia de una familia

La familia en 1997

Crítica de «Mesa de tareas» de Andrea Rey (2022).

En las películas de ficción no abundan las historias de la gente buena, y mucho menos en los documentales. El conflicto vende, sin duda, y toda historia debe tenerlo, pero es difícil que una película acuda a protagonistas que simplemente se ganan la vida sin tener que realizar grandes proezas más que la de todos los días: sobrevivir. Es el caso de «Mesa de tareas», documental de la directora Andrea Rey, que sigue la historia de la familia Chavista durante 18 años para conocer la evolución de cuatro hermanos y, de paso, hablar de temas como la pobreza, la violencia y la resiliencia en Colombia.
La familia Chavista no es excepcional. Está conformada por cuatro hermanos: Cristian, Leidy, Fabián y Carolina. Los dos primeros son huérfanos de padre desde muy pequeños y los dos menores tampoco crecieron con su padre biológico, quien los dejó desde que eran niños. Sin embargo, los cuatro han crecido con su madre y su padrastro, quien asumió el rol paterno junto al hermano mayor, la principal figura de autoridad de la familia. La familia, originaria de Venecia, Cundinamarca, llegó como muchas otras al sector de Altos de Cazucá en Soacha huyendo de la violencia (el asesinato del padre de Cristian y Leidy) y allí iniciaron desde cero con un rancho construido por sus propias manos y una situación económica bastante precaria. ¿Qué hace entonces que nos interesemos por esta historia que se parece a tantas en este país?
Sin duda, el mérito es, en buena medida, de la directora que, yendo un poco en contra de la tendencia inmediatista de algunos trabajos audiovisuales, decidió tomar referentes históricos documentales como Seven´Up de Michael Apted y Paul Almod o Babies de Thomas Balmes para contar una historia de largo aliento en la que filma a la familia durante casi dos décadas para reconocer su evolución personal y familiar a lo largo del tiempo. En otro contexto, podríamos pensar en esta película como en una especie de Boyhood colombiano que nos permite acercarnos a la historia de cuatro niños que crecen frente a la pantalla.
La música del documental ciertamente acompaña bien a lo que vemos en la historia, pues representa el sentir de las comunidades marginadas sin llegar a ser un lamento, sino más bien como un autorreconocimiento. Un ejemplo de la forma como la música narra está en el trailer, que al mismo tiempo, es un buen resumen de la película cantada por exponentes del hip hop capitalino.


La fotografía, a su vez, es la principal pista de los distintos momentos de la película, pues se ve claramente el cambio de los formatos de video aunque no hayan cambios ni transiciones entre los distintos tiempos. Las primeras filmaciones datan de inicios del siglo XXI y nos muestran a dos niños pequeños y dos pre-adolescentes que juegan, pelean y trabajan en su cotidianidad marginal. Viven en una casa hecha de madera y latas, no tienen acceso a agua potable ni a servicios públicos básicos y comen lo que pueden. Conviven en un espacio muy pequeño, comparten las habitaciones y van al rústico baño, afuera de la vivienda. A pesar de todo esto, no se trata del típico documental lastimero ni cae en el miserabilismo (o la pornomiseria como dirían Mayolo y Ospina), pues lo que vemos son niños sonriendo y jugando, siendo niños a pesar de tener responsabilidades de adultos. En la estructura familiar está muy claro que Cristian es el padre, a pesar de su corta edad y que Carolina, la menor, es la chispa y la alegría de la familia, una fuerza incontenible que los anima pero también los saca de quicio.
A pesar de las muchas horas de grabación que la directora debió tener para realizar este trabajo, sorprende el impecable montaje que no permite que nos desconectemos de la historia y que, de hecho, se permite hacer hábiles juegos temporales permanentemente: pasamos de los niños jugando fútbol en la arena a Cristian entrenando equipos profesionales; de Fabián componiendo canciones de niño a él mismo cantando rap en la adolescencia, del cumpleaños 14 al 24 de Carolina, de la niña Leidy cocinando en casa a ella misma cocinando para su hija. De esta forma encontramos las conexiones entre el pasado y el futuro de los cuatro hermanos en una decisión de dirección que, además, deja en segundo plano a la madre y al padrastro para enfocarse en el crecimiento de los jóvenes y su evolución como personajes.
La misma directora menciona en entrevistas la gran influencia académica en su trabajo como documentalista de corrientes como la IAP (investigación acción participación) propuesta por el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda en los años 70s y que podemos ver claramente representada en los emblemáticos documentales de Martha Rodríguez y Jorge Silva. Es particularmente importante sugerir la conexión entre Mesa de tareas y Chircales, el documental de 1972 en el que Rodríguez y Silva siguen a una familia de ladrilleros del sur de Bogotá en un retrato etnográfico de observación participante que significó para ellos vivir más de tres años en la zona.
En Chircales aparece también el conflicto de los niños trabajadores pero, a diferencia de la película de Andrea Rey, tiene claramente una apuesta política de izquierda que lo convierte en un documental militante y de denuncia. Mesa de tareas, por su parte, muestra la lucha de la familia con situaciones tan complicadas como el trabajo de los niños en la calle, pero no intenta generar lástima ni hacer directamente una denuncia, aunque sintamos simpatía y consideración por estos niños que no pueden dedicarse exclusivamente a serlo.
Al inicio de la historia, la familia vive la zozobra de su barrio, amenazado por los deslizamientos de tierra y la violencia que reviven el fantasma de un nuevo desplazamiento. Allí vemos como la violencia no solo es parte del pasado de la familia y el entorno que los rodea, sino que hace parte de la forma como los hermanos se relacionan. Los juegos entre ellos incluyen golpes y patadas y todos hacen referencia a los castigos físicos de la madre y el hermano mayor para corregirlos y llevarlos «por el buen camino». Sin embargo, no hay resentimiento contra el hermano sino una honda gratitud y la violencia está naturalizada al punto de reírse cuando recuerdan, ya de adultos, las palizas recibidas en la niñez.
El título de este trabajo, Mesa de tareas, es tal vez es el mensaje más confuso pues, si bien aparece un pequeño rincón dentro de la rústica vivienda familiar para que los niños estudien, no es un elemento recurrente ni significativo para el desarrollo de la historia. No obstante, sí hay una conexión con las palabras de dedicatoria de la película a «los niños, niñas y jóvenes de Altos de Cazucá que no lograron cumplir su tarea». De esa manera, el documental rinde homenaje a los cuatro hermanos que lograron, cada uno a su ritmo y en diferente medida, cumplir la tarea de ser personas de bien, a pesar de los múltiples riesgos y amenazas que tuvieron que enfrentar en su proceso de crecimiento.
El documental presenta, entonces, un retrato íntimo de la familia, solo posible cuando la directora se convierte en un invitado recurrente en la dinámica familiar y, aunque su voz aparece solo un par de veces en el metraje, su presencia y su mirada sí atraviesa la película para acompañar a los protagonistas en la búsqueda de sus sueños: ser entrenador deportivo, cantante y enfermera. Solo Cristian, el hermano mayor, logró su sueño profesional y hoy vive en Buenos Aires con una condición económica cómoda haciendo lo que más le gusta. Sin embargo, cada uno de los personajes ha logrado cosas significativas para su vida como graduarse del bachillerato a los 24 años, conseguir un empleo estable o tener unos hijos a los que aman. El reencuentro de los hermanos en la adultez es un bonito momento de recuerdo y reflexión en el cuál los protagonistas viajan a la casa de su niñez para recordar el asesinato del papá de los hermanos mayores y Carolina también recuerda los duros momentos de la niñez intentando vender libros en la calle con su hermano mayor.
El tema de fondo de esta historia es la solidaridad y así se ve cuando Cristian invita a su gran familia (madre, padrastro, hermanos y sobrinos) a unas vacaciones a un balneario y comenta que le gustaría llevarlos a conocer el mar. En su situación económica más estable piensa en ayudar y compartir con los suyos, un deseo que estaba en los personajes desde que eran niños cuando, en uno de los momentos más lindos del documental, se le pregunta a Carolina y a Fabián que quieren ser cuando sean grandes. Carolina responde que quiere ser enfermera porque así puede curar el alma y Fabián añade que un artista también cura el alma con la música. En un país con tantas malas noticias y tantos villanos protagonizando los noticieros, películas como esta nos curan un poquito el alma.

Los cuatro hermanos, más de 20 años después.
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