Reseña crítica del documental Pablus Gallinazo de Alberto Gómez Peña

Un hombre mayor camina con una mochila terciada al hombro y un bastón en la mano por las calles de Bucaramanga. Es alto, imponente, y lleva en su rostro un tapabocas como símbolo de los días que corren. Pasa desapercibido porque pocas personas en Colombia reconocerían a simple vista a Pablus Gallinazo, pero es que pocas personas (especialmente las más jóvenes) sabrían quién es Pablus Gallinazo.
Pablus Gallinazo es el nombre artístico de Gonzalo Navas Cadena, cantautor colombiano, poeta de influencia nadaista y pionero del movimiento artístico que ha sido denominado como «la nueva ola», «canción protesta» o «canción social» que tuvo lugar en Colombia entre mediados de los años 60 y la década de 1980. El 22 de septiembre llega a las salas de cine el documental Pablus Gallinazo producido por Dago García Producciones y bajo la batuta del director y guionista santandereano Alberto Gómez Peña (Ríos de ceniza), oriundo de la misma región del cantautor protagonista.
El documental, selección oficial del New York Latino Film Festival 2021 y del Festival de Cine de Cartagena 2022, aborda el pasado y el presente de Gallinazo, quien vive en una especie de aislamiento voluntario desde hace muchos años y al margen de una vida social activa o de merecidos reconocimientos por su aporte a la cultura colombiana. Este aislamiento ha impedido que se conozca mucho sobre la vida este particular personaje, cuya influencia en la cultura colombiana es mucho más importante de lo que parece (impacta, por ejemplo, el testimonio de Carlos Vives afirmando que fue su ídolo en la niñez y quien le sugirió que se dedicara a los vallenatos).
Desde su propia mirada y la de sus personas más cercanas, su esposa Tita Pulido y su hijo Eneas Gallinazo, reconocemos el espíritu revolucionario de sus canciones, creadas para buscar una concientización social más que un virtuosismo musical y cuyo impacto en la cultura ha sido aún mayor del que su autor esperaba. Su éxito se ha visto representado en la vigencia por más de cuatro décadas de canciones como «Mi país», «Boca de chile» o «Mula revolucionaria», pero no en lo económico, como él mismo reconoce en la película. Sin embargo, el documental no se queda en la vida pública del protagonista e indaga también en aspectos de su vida personal que reflejan el convulsionado momento en que vivió su juventud, marcada por la represión estatal, un fuerte activismo político, el legado de los poetas nadaistas y el espíritu del movimiento hippie, con su idealismo pero también con sus excesos. Desde allí se contrasta la figura de este abuelo gigante y tierno con el hombre aguerrido e irreverente que creaba y cantaba canciones para el pueblo trabajador y campesino.

Más allá de la estatura histórica del personaje, este trabajo se justifica por la vigencia en Colombia de las problemáticas que esta música denunciaba hace casi 50 años. El estallido social vivido en el país con fuertes y dolorosos episodios entre 2019 y 2021 es la muestra de una nueva generación que se sintoniza con los ideales sociales y políticos de antaño y que, gracias a las redes sociales, comparte su frustración por la forma en la que ha sido manejada Colombia. A la generación de Ana y Jaime y Pablus Gallinazo la ha sucedido recientemente una serie de músicos jóvenes inconformes que representan el malestar social por medio de sus canciones e interpretaciones. Entre ellos se destacan nombres como los de Alcolyricos, Dr Krápula, Susana Boreal y, por supuesto, Edson Velandia y la Tigra.
Por medio de una narración reposada que alterna las melodías originales de Gallinazo, fotos históricas de su época pública y testimonios de allegados e importantes artistas como Carlos Vives, Andrea Echeverry y Edson Velandia; Alberto Gómez Peña logra estructurar un relato sólido y coherente que va develando poco a poco la figura de Gallinazo y su relación con la vida sociocultural y política de la Colombia de los años 60 y 70. Al compás de «La mula revolucionaria» y «Mi país» se hace una reflexión sobre aquello que ha cambiado en Colombia y la cantidad de asignaturas pendientes que aun quedan. No obstante, no se trata de un documental militante de izquierda, a pesar de las posiciones políticas de los personajes, pues el director logra articular bien el discurso para representar la importancia del movimiento de canción social en el contexto de las transformaciones políticas y los movimientos de protesta colombianos.
Registrando las protestas de 2021, el documental muestra el inconformismo de un amplio sector ciudadano en el que se destacan los jóvenes, que posiblemente no conozcan el legado de sus pares de hace algunas décadas, pero sin duda comparten sus ideales y sueños para el país. Atraviesa este trabajo una muy rica mirada del proceso de adaptación de algunas de las composiciones de Gallinazo a la época actual. En un proceso riguroso coordinado por el músico y compositor Adolfo Hernández, asistimos a la preparación de nuevos arreglos para acompañar la melodía de «Una flor para mascar», la obra más emblemática de la carrera del Gallinazo.
A medida que avanzan el montaje y los ensayos, vamos viendo y entendiendo el sentido de la letra de esta canción, cuando usa frases tan poéticas y crudas como: «El reloj se ha dañado, pero el hambre despierta» para representar el sentir de una buena cantidad de personas que, a pesar del progreso de la humanidad, aún se acuestan sin poder comer. La voz de Gallinazo no es virtuosa, pero esto no importa porque este tipo de música privilegia el mensaje sobre la forma y, sin duda, su impacto es profundo y doloroso para aquellos que están dispuestos a escuchar.
Un gran acierto de esta película es el encuentro intergeneracional entre Pablus Gallinazo y Edson Velandia, dos representantes del mismo género musical y con miradas muy similares frente a los problemas de la sociedad colombiana. Es conmovedor ver la mirada alegre y conmovida de Gallinazo al escuchar a Edson Velandia cantando «Que los mantenga su madre patria, su madre patria, su reverenda madre» refiriéndose a los políticos que han saqueado históricamente las arcas públicas del país. Esta secuencia de la película es el preámbulo perfecto para la puesta en escena definitiva de la nueva versión de «Una flor para mascar» interpretada por un equipo de excelentes músicos y con las voces de Edson Velandia y Andrea Echeverry.
Aunque en los documentales suele perderse la voz del director, la secuencia final es un gran ejemplo de la mirada autoral al conjugar la caminata de Velandia y Echeverry en dos contextos muy diferentes, el campo y la ciudad, mientras interpretan con sentimiento la letra de una canción que habla acerca del hambre y la falta de trabajo. Mientras Velandia avanza como un profeta por medio de un paraje desierto, Andrea Echeverry se desplaza por una zona céntrica bogotana en medio de los manifestantes del estallido social. De esta forma, director e intérpretes representan el sentido de una canción escrita hace 43 años para el ciudadano de pie (nunca mejor dicho) que deambula por calles y carreteras sin tener certeza sobre su futuro inmediato, para rematar con el pegajoso coro de «Y yo camino, y no termino… ¿seré yo así o es que el camino no tiene fin?», el mismo que como espectadores salimos de la sala cantando.
Vale la pena darle la oportunidad a este buen documental, que logra articular un tema social complejo con el legado de un artista que merecería más homenajes y reconocimientos de la sociedad colombiana, en un momento de honda polarización política pero también con la promesa de un cambio que buena parte de los colombianos anhelan.