Reseña de «El árbol rojo» de Joan Gómez Endara
Las películas de carretera tienen el encanto de combinar un viaje exterior lleno de paisajes variados y aventuras con el viaje interior de los protagonistas que, en el recorrido, se transforman y cambian y es en este género en donde mejor se puede enmarcar la película colombiana que se estrena esta semana en la cartelera cinematográfica: El árbol rojo, dirigida por Joan Gómez y protagonizada por Carlos Vergara, Johyner Salgado y la niña Shaday Velásquez.
Esta es la historia de Eliécer, un hombre solitario y taciturno cuya tranquilidad es interrumpida por la llegada a su vida de Esperanza, una hermana a la que no conocía y a la que, después de la muerte de su padre, debe llevar a su madre desde los montes de María hasta Bogotá. Así las cosas, la pareja de hermanos emprende un viaje en compañía de Toño, un lanchero adolescente que sueña con ser campeón de boxeo.
Como en la mayoría de las películas de carretera (road movie) la sinopsis no dice mucho pues, aparentemente, se trata solo de llegar de un lugar a otro por medio de una travesía. Sin embargo, El árbol rojo tiene elementos interesantes que hacen que en la travesía surjan temas como la familia, la solidaridad, la resiliencia y la violencia que ha vivido históricamente Colombia. Escenificada en 1999, la historia inicia en la región de montes de María (en el caribe colombiano), una región de grandes contrastes geográficos y que ha sido víctima de la violencia indiscriminada de toda clase de grupos armados. Desde allí, Eliécer y Esperanza emprende un viaje imposible con muy pocos recursos y con un destino totalmente incierto: encontrar a la madre de la niña y lograr que acepte quedarse con ella. A ellos se suma Toño, un adolescente que apuesta lo poco que tiene para cumplir con el sueño de ser campeón de boxeo.
Con estos tres personajes en escena, la travesía se torna incómoda al tratarse de, prácticamente, tres desconocidos que deben irse conociendo a lo largo del recorrido, tres almas solitarias que deben compartir un viaje incierto y con pocas posibilidades de éxito. Eliécer no puede escapar de un pasado tan glorioso como doloroso y Toño y Esperanza se aferran a un futuro ideal con pocas posibilidades de certeza: la niña anhela tener una familia y Toño el éxito que toda la vida le ha sido negado.
El camino, sin embargo, no es nada fácil, pues el trío debe enfrentar el engaño de personas inescrupulosas, el encuentro con actores del conflicto armado y la falta de dinero. Sin embargo, también descubre el hermoso paisaje de distintas regiones colombianas y la solidaridad y resiliencia de compatriotas que, a pesar de su difícil situación económica, están dispuestos a darles una mano.

La música aparece como hilo conductor fundamental y establece, además, un significado profundo para la cinta desde la canción que acompaña buena parte de la historia: el mochuelo. Esta canción tradicional de la música caribeña colombiana relata la historia de un pájaro de la región (Montes de María) que es capturado para alegrar con su música. Eliécer, por su parte, solía ser un músico reconocido que se inició en la interpretación de la gaita por medio de su padre, un popular gaitero de San Jacinto. La decepción producida por los desplantes de su padre lo aleja de la música y lo lleva a una vida solitaria y de desapego, como el mochuelo de la canción que ya no puede cantar sin sentirse aprisionado, como ilustra el estribillo de la canción: «ágil vuela, busca la ocasión, de salir de esa cárcel protectora». El final de la película se cuenta desde las notas de los populares gaiteros de San Jacinto, fuente de inspiración para la cinta.
El trio protagonista emprende el viaje desde la tierra caliente, en clima y en inseguridad pero también en la calidez de algunos de sus habitantes, y tiene como destino la fría capital (la nevera), un lugar desconocido para ellos pero que, a pesar de su hostilidad, ven como una tierra de oportunidades. En el camino se irán develando sus personalidades y las máscaras irán cayendo para construir relaciones sentimentales. La cámara registra, como un viajero más, los hermosos paisajes de la variada topografía colombiana mientras acompaña a los protagonistas, interpretados con acierto por tres actores costeños que logran conectar a los espectadores con esta travesía llena de esperanza pero también de tensión e incertidumbre.
Aunque no aparece físicamente en la historia, el personaje del padre de Eliécer y Esperanza es uno de los más importantes de la película. Se trata de un patriarca que acaba de morir y que ha dejado hijos por toda la región hasta avanzada edad (y es respetado por eso). Su condición de músico famoso y mujeriego empedernido ilustra también el machismo caribeño en que los hombres se enorgullecen de tener hijos y mujeres en cada pueblo, como afirma el camionero que lleva a los protagonistas y que se ufana de tener 11 hijos en varios pueblos de la región. Es el padre invisible, el hilo que conecta a los protagonistas y el responsable de los mejores y los peores recuerdos de Eliécer que, a través de su recién adquirida hermanita, tiene la oportunidad de reconectar sus sentimientos. De allí que la gaita que Esperanza conserva como un gran tesoro, es la representación de su padre, el trozo de madera que la une con Eliécer.
La gaita se establece, entonces, como el símbolo de la relación con el padre y con la tierra. De este instrumento de viento salen las tonadas que relacionamos con esta región colombiana, así como el canto del mochuelo, y de la relación de Eliécer con la gaita dependerá su reconciliación con la figura de su padre y la creación de un lazo con su hermanita.
La película presenta, entonces, un guion sólido inspirado en el viaje del héroe en donde los personajes no representan grandes valores o virtudes y están abocados a una misión casi imposible sin tener los recursos para enfrentarla. De esta forma se confrontan con sus propias inseguridades y miedos y deben encontrar la forma de convertirse en un equipo para poder superarlos. Los dos adultos deberán encontrar su propio camino y para ello solo cuentan con lo que la niña representa: la esperanza.