Está en cartelera el documental colombiano El silencio de los fusiles, dirigido por Natalia Orozco. No había tenido la oportunidad de ver esta película, que fue la inaugural del Ficci Cartagena 2017 y hoy que la he visto les comparto mis comentarios.
Aunque como documental tiene sus vacíos y podría mejorarse en algunos temas (sobre todo técnicos, de edición y estructura), todo esto pasa a segundo plano cuando descubrimos el inmenso valor de la obra como pieza periodística e histórica. Hoy es una película importante pero con el paso del tiempo lo será más. Ya sé que no es la única que ha abordado ese tema recientemente (he visto al menos 20 documentales similares en los últimos dos años) pero es de valorar que esté en las carteleras de cine y que nos dé una visión tan amplia de lo que ha sido este proceso de negociación entre el gobierno y la guerrilla de las FARC.
La película, que dura 120 minutos, pierde un poco de fuerza por la fragmentación excesiva por bloques, pero el interés que genera el proceso expuesto en la pantalla y el acceso privilegiado de documentalista y cámara hacen que su visionado sea agradable y que nos mueva como espectadores. Es de valorar también que, a pesar de la crudeza de nuestra guerra, se esquive el morbo de presentar imágenes truculentas y se mantenga el respeto y la distancia por víctimas y dolientes que tristemente suele ser vulnerado por los medios de comunicación.
El documental no tiene por qué ser objetivo y al usar una narración personal en la película, plantear algunas hipótesis y evidenciar las dificultades del proceso, Natalia Orozco toma partido y esta decisión me parece honesta y valiente. La mirada de la directora es la de una persona que quiere creer en el proceso y que narra paso a paso sus viscisitudes, con la paciencia e incertidumbre que son el pan de cada día de los documentalistas. Cabe aclarar que, a pesar de usar herramientas periodísticas, considero que esta película SI es un documental (aunque si fuera un reportaje o una crónica tampoco tendría nada de malo).
A pesar del punto de vista de la película, no se intenta glorificar ni exaltar a nadie en particular. Se exponen los problemas y altibajos del proceso y se le da cara a muchas personas que tal vez no quisiéramos ver, pero que hacen parte de una guerra que muchos vimos por televisión (o sentimos de rebote) pero que para otros ha hecho parte de su vida cotidiana.
Faltan más trabajos como este en nuestras pantallas para que empecemos a sanar las heridas, falta reparación para cada una de las víctimas de este país (no solo las de las Farc, también las de los paramilitares y el Estado) y falta reconciliación y entendimiento entre los colombianos no solo hacia los grupos armados, sino también hacia los compatriotas que no comparten nuestro punto de vista.
Pero, antes que nada, hace falta verdad y es en este proceso en donde no solo los combatientes tienen un papel importante, también los realizadores son los llamados a construir una memoria audiovisual de nuestro país en la que no solo veamos hermosos paisajes si no también los momentos más dolorosos, porque solo entendiéndolos, empezaremos a sanar.